16 enero 2006

Tebeos que me convirtieron en lo que soy: Adiós Palomar mío...



Iniciamos sección aleatoria (que durará hasta que me dé un aire y me tire otros cuatro meses sin actualizar) para hablar de esos tebeos que me han convertido en el desastre vital que soy. Tebeos que me obsesionaron durante temporadas enteras, que leía y releía hasta casi desintegrarlos en épocas chungas o divertidas. O en tardes de plomo donde encontraba en esos tebeos un extraño consuelo, o disfrutados durante infinitos veranos infantiles que parecían no acabar nunca. No son tebeos que escoja por su calidad, algunos son muy buenos, otros no tanto, otros serán detestables. Sin embargo significan mucho para mí, y eso, que contribuyeron a (de)formarme irremediablemente.

"Palomar, donde los hombres son hombres y las mujeres necesitan sentido del humor"
- Carmen

Y comenzamos con la monumental Palomar de Gilbert (alias Beto) Hernández, aprovechando la reciente edición en castellano del tocho de quinientas páginas editado el año pasado por Fantagraphics que recopilaba la obra magna de Beto publicada en Love and Rockets.

Love and Rockets (la revista) es algo así como La Biblia del cómic independiente al que definió durante muchos años y que fue imitada hasta la saciedad (amos, como le pasa a Chris Ware ahora). Escrita y dirigida a pachas por los Hermanos Hernández (Beto y Jaime, con una breve colaboración de Mario) aunaban espíritu punk y callejero, estética fifties, ciencia ficción pulp (al principio), una considerable herencia chicana, amor por Gabriel García Márquez y un considerable bajage de lecturas tebeísticas, desde Kirby hasta Crumb pasando por Kurtzman o los tebeos de Archie y Daniel el Travieso. Enviadas las primeras muestras a Gary Groth, el irascible mandamás de la editorial Fantagraphics y The Comics Journal, la revista de crítica (algo así como el azote y pesadilla elitista de los superhéroes en USA), éste decidió publicarles el tebeo, que cimentó, el posterior desarrollo de la editorial (bueno, más bien cimentó la dirección artística, que el dinero lo ponían los beneficios que Fantagraphics obtenía y obtiene de los comix porno). Sacando de paso al underground USA de la resaca que arrastraba desde mediados de los setenta, a la vez que ejerciendo la ya comentada influencia decisiva en el underground posterior que todo el mundo pasó a llamar indie* (como apunte destacar que el misímisimo Daniel Clowes comenzó a publicar bajo la égida de Jaime Hernández).

Después de unos primeros números en los que Beto se entretenía con una insustancial aventura de cf serie B (BEM) y Jaime arrancaba con sus Mechanix, divertido culebrón punk de ciencia ficción, la cosa empezó a tomar forma. Beto inauguraba su grandiosa saga palomariana con Sopa de Gran Pena donde comienza el tebeo-río coral sobre el pueblo mexicano imaginario de Palomar y sus habitantes, ese Macondo personal de Beto donde se desarrollan anécdotas e historias de una infancia que supondríamos cierta si no supieramos que los Hernández se criaron en los suburbios de L.A. Jaime me gustaba a rabiar y un lector de L&R post-adolescente que no se enamorara de Maggie o Hopey es que no tenía sangre en las venas ni gota del romanticismo memo-pajeril que se ha de tener a esa edad donde idealizas a todas las mujeres. Pero lo de Palomar era algo especial.
Mucha gente no le encuentra la cacareada genialidad a Beto, cosa comprensible si recordamos que, de su obra, lo único encontrable por aquí hasta hace poco han sido sus indigestas Río Veneno y Be bop a Luba, dos prestigiosísimos y premiados mazacotes que cuestan Dios y ayuda leerse, extrema barroquización de su estilo, que auna el realismo mágico con el culebrón sudamericano, el melodrama méjicano de Emilio Fernández (Luba, el personaje casi central de la serie parece moldeada sobre los rasgos de una Sofía Loren que interpretara un personaje de María Félix) y hasta la denuncia social, un batiburrillo que hasta entonces no se había visto en un tebeo. Su dibujo caricaturesco no ayuda precisamente (encima comparte revista con uno de los mejores dibujantes del planeta, su hermano Jaime). Torpe y desmañado en los peores momentos, llega a eficaz en los mejores, siendo su fuerte la expresividad de sus personajes y el dinamismo que a veces imprime a la narración. A favor tiene la teoría de la chica fea pero simpática: se lee muy bien. No voy a decir que sea un gran narrador técnicamente hablando, prescinde de toda virguería y experimentación y es hasta pedestre a ratos. Pero es un gran contador de historias valga la contradicción, sus tebeos son muy sencillos de leer, hasta el punto que llega un momento en que su dibujo se convierte en invisible, no hay nada entre los personajes y nosotros y parece que, más que leer sobre sus vidas, las estamos espiando.

Pero a pesar de todos estas pegas quien se acerque a Palomar entenderá que la fama de Beto no es cuestión de ciencia infusa ni conspiración de una élite de snobs, su magia está al alcance de cualquiera. Leyendo estas maravillosas, ligeras, poéticas, divertidísimas y adictivas primeras historietas uno se da cuenta fácilmente donde reside su fuerza creativa, la que da impulso a sus historias; los personajes. Beto, como los buenos folletinistas o libretistas de culebrón, es un auténtico maestro en el tratamiento de personajes, dotado con una habilidad especial para convertirlos en seres con vida propia, de una personalidad muy definida. Llegas a pensar que cuando cierras el tebeo ellos siguen adelante con sus vidas. Son esos personajes a los que no puedes evitar coger un cariño especial, tener tus favoritos, preocuparte por lo que les pasa, por lo que sienten y por su destino. Y si lograr esto no es magia creativa, no se ya lo que es. Y los niños de los tebeos de Beto son los mejores niños del mundo mundial.

Y esto es más o menos lo que sentía yo después de descubrir a Beto en "El Víbora". En una época difícil, de esa soledad casi absoluta que se siente cuando uno está rodeado de gente con la que se ha dado cuenta que ya no tiene nada en común, mi único alivio entonces era leer y leer sobre otras vidas, hasta que me atreviera a decidirme sobre la mía. Cuántas veces me habré releído mi historia favorita de Beto de entre muchas historias maravillosas, la fantástica e incomparable Por el amor de Carmen. O aquel Human Diastrophism otro momento cumbre, sensacional historia de crímenes perpetrados por un psicópata en Palomar, potente reflexión sobre el arte, el amor y la muerte en un ambiente agobiante, sudoroso, extraño y oscuro. Es también la historia mejor dibujada de Beto, que hasta se permite experimentar un poquito con la narración y el dibujo. Y de un final absolutamente mágico, surrealista, tristísimo. No recuerdo cuánto tiempo me quedé contemplando aquella página final, las cenizas de Tonantzín convertidas en nieve tibia cayendo sobre Palomar.

Me gustaba pasar las tardes del sábado rebuscando como un loco por el triángulo de las Bermudas de las tiendas de tebeos aquellas Historias completas de El Víbora para devorarlos de camino a casa en el 147, mí linea de autobús favorita (sí también tengo líneas de autobús favoritas. La 9 desde la Prospe hasta Sevilla también mola bastante). Eran unos tebeos que todavía conservo amarronados y desgastados de tanto leerlos y dejarlos (sin mucho éxito la verdad). Recuerdo no poder resistir la tentación de comprar tebeos sueltos del Love & Rockets americano que veía de vez en cuando (en aquella época no había internete y a mí lo del Previews me sonaba a chino), incapaz de soportar el ansia de saber que pasaría con mis personajes favoritos, a los que veía envejecer lentamente a saltos, mientras la trama se alimentaba de otros intérpretes y otras historias que ya apenas podía comprender. Era tal mi fanatismo por Beto que me atizé Cien años de soledad de un tirón únicamente por Palomar y aquel charlón de Heraclio poniendo la obra de García Márquez por las nubes.

Lamentablemente, a partir de Human Diastrophism, llegó la decadencia. Como si se hubiera vaciado, Beto se empeña en rizar el rizo, enredando sus historias para acabar enfangando al lector en culebrones apenas legibles. Culebrones tan pasados de rosca como Río Veneno, llenos de mujeres que se metían picos entre los dedos de los pies, tetonas con pollas gigantes y argumentos cada vez más espesos y liosos, como si se tratase de una una especie de vuelta de tuerca a los tópicos de culebrón llevados al extremo (una cosa como lo de Sin City de Miller y el género negro pero todavía más coñazo). La siguiente miniserie Be-bop a Luba ya ni la pude acabar de leer. Y confieso que no quiero acercarme a la obra de Beto posterior al cierre del primer volumen de Love and Rockets.

Y ahora sería el momento ideal para insertar un momento nostálgico sobre ese Palomar en la memoria y blablablabla. Pues no, porque recién releídos ahora los dos volúmenes de Palomar, aparte de ser un bonito recuerdo de una época triste (quizá uno de los pocos recuerdos bonitos de entonces), continúa manteniéndose como un tebeo vigoroso, lleno de ganas de vivir, de sufrimiento, de alegría, de personajes intensos y palpitantes, un tebeo sobre nosotros. Y que me sigue diciendo muchas cosas sobre el amor, la vida y las relaciones humanas muy distintas a las de aquellas primeras lecturas, pero que siento todavía más reales y verdaderas que las de entonces, porque ahora son las mías. Por el amor de Carmen se lo juro.

Palomar, volúmenes I y II.- Beto Hernández. La Cúpula, rústica, b/n.
Río Veneno.- Beto Hernández. La Cúpula, rústica, b/n.


* Esto de indie es abreviatura de "independiente", vamos, hecho al margen de las discográficas, productoras fílmicas o editoras de tebeos más importantes y masivas. Yo odio la puta palabreja de marras, que a estas alturas no es más que una etiqueta más para la oportuna comercialización a un segmento de público muy definido de lo que en un tiempo era arriesgado e incluso subversivo; el paso definitivo en la domesticación de lo que era el underground (sí, sí, ya sé que hay muchas excepciones, pero...). Y no me mencionen lo de alternativo que entonces sí que me enciendo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una joya la saga de Palomar, ciertamente. Solo conozco lo que editó el Víbora en la colección "Historias completas" y tras releerlo recientemente he visto que Cúpula ha ido sacando bastante más. Lo pienso comprar. La "cotidianidad mágica" de los habitantes de Palomar bebe claramente del Macondo de García Márquez, pero además se convierten rápidamente en personajes entrañables de los que quieres saber más. Luba, Tonantzín, el desfasado Israel que perdió a su hermana gemela en una noche de luna llena, el atribulado profesor y su fiera esposa... Da la impresión de que en bastantes de estos personajes Beto refleja a gente que ha conocido. Hay una obra con la que guarda similitudes, y son las "Crónicas de la Isla Grande", de Lauzier, pequeña joya difícil de encontrar (salió hace años en la colección Totem-Vértigo y desgraciadamente no se ha vuelto a reeditar)y que en la trayectoria del mordaz y corrosivo Lauzier (siempre caricaturizando al "París de los pretenciosos") supone un delicioso paréntesis con olor a añoranza (Lauzier vivió unos años en brasil), reflejando la simpática cotidianidad de los habitantes de una pequeña isla de Brasil.

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