20 febrero 2006

Rudy Rucker, amo del espacio y el tiempo

For the first time I really let myself imagine the kind of world that Harry might design. The guy had no respect for the ordinary human things that make life worth living. Weirdness was all he cared about -- weirdness and sex and plenty to drink.
Master of Space and Time, Rudy Rucker

Leo en Con C de Arte, el blog de tebeos de Pepo Pérez, una noticia cuando menos sorprendente; Daniel Clowes el modernísimo autor de historietas que desde hace tiempo ha llamado la atención del mundo real (su último álbum, Ice Haven, será publicado en España por una editorial del calibre de Mondadori, por fin un desecho de la cultura pop alcanzará el Paraíso del mercado y la literatura seria) escribirá el guión para la nueva película del también modernísimo cineasta ex-videoclipero Michael Gondry (Olvídate de mí), basada en, y aquí viene lo más alucinante de todo, Master of Space and Time de Rudy Rucker. Así que el batallón de modernos estará intrigadísimo por lo que pueden hacer Gondry y Clowes juntos, pero a mí lo que me tiene alucinado es lo que puede salir de todo un Daniel Clowes adaptando una de las novelas más delirantes y más mejores (y ya es decir) de Rucker.

Porque Master of Space and Time (1984) vendría a ser algo así como el cuento de los tres deseos re-escrito en clave de comedia frenética por un Lewis Carroll puesto de ácido dispuesto a revelarnos el secreto del universo y resolver una cuestión filosófica básica; ¿por qué hay algo en lugar de nada?. Como decirles... En la página dos, Joe, un inventor-científico-programador caído en desgracia, entra en su coche al salir del curro y en el volante le espera la figura diminuta de Harry, un antiguo socio que le visita desde el futuro. En la veinte se ven perseguidos por un lagarto gigante. En la cuarenta y tantos los dos socios se fabrican una máquina capaz de incrementar la constante de Planck (cuyo funcionamiento descubrieron en un sueño) con la que realizar todos sus deseos durante una hora. En la sesenta viajan a una realidad alternativa donde el alter ego del protagonista es un cerebro gigante cuyos hijitos-cerebro van por ahí esclavizando a la gente chupándoles la médula espinal. En la ochenta está en marcha una invasión de la Tierra por los cerebros éstos, que resulta que son alérgicos al alcohol (y de verdad, que tiene su lógica). Así que todo el mundo, para evitar convertirse en un esclavo de minicerebros de otra dimensión, va bolinga por ahí. Mientras tanto Joe y su mujer van por Nueva Jersey acabando con el hambre repartiendo semillas de arbustos de chuletas de cerdo y buñuelos fritos... Y no les cuento más pero les aseguro que al final todo encaja con la perfección orgánica de un huevo en uno de los finales más maravillosos que he leído, un juego metaliterario, metafísico y metadetodo de altura. Pues eso, que no hay por donde cogerla. Así que imagínense esto en manos del tipo que hizo la surrealista procesión de turbadoras extrañezas de Como un guante de seda forjado en hierro.

Ya que han picado me permitirán que entre un poco en materia algo más espesita. Camuflada bajo tanto cachondeo, Master of Space and Time es la novela que mejor se justa al subversivo concepto de literatura transrealista acuñado por Rucker en su Transrealism Manifesto después de sufrir una catárquica iluminación leyendo Una mirada en la oscuridad (iluminación en la que me gusta imaginar que se le apareció el espíritu del mismísimo Philip K. Dick como contaba Rucker en otro ensayo suyo). El transrealismo de Master of Space and Time se concreta en tomar la realidad como objeto de análisis. Pero la realidad no tratada desde el naturalismo estricto, sino mediante los clásicos elementos fantásticos o de ciencia ficción que aportan nuevos significados al texto. Por ejemplo, el viaje en el tiempo representaría la memoria, los mundos alternativos serían símbolo de las diferentes percepciones del mundo que tenemos cada uno de nosotros, o la capacidad de volar como metáfora de la iluminación espiritual (es interesante constatar que sólo dos personajes femeninos desean volar en Master... Y además son los personajes más positivos y con la cabeza mejor amueblada de la novela). De este modo se superan las limitaciones del realismo naturalista aportado nuevas metáforas fundamentadas y sostenidas por conceptos de ciencia ficción mediante las cuales provocar en el lector el estado mental necesario para percibir nuevas o superiores realidades en las cuales la nuestra está inmersa. Y así, finalmente alcanzado un estado de percepción distinto, desafiar y romper esa herramienta de control social que es la "realidad consensuada", el estado de las cosas tal y como son, las "verdades" asumidas por todos que, en su mayoría, nos son impuestas desde el poder, tan sutilmente inyectadas en nuestro córtex por los medios de comunicación de masas que llegamos hasta el punto de pensar que todo el desastre de vida que nos hemos ido construyendo, este ciclo infernal de trabajo-consumo, el aborregamiento intelectual y emocional, ha sido idea nuestra.

Esta ruptura es una epifanía que sufre el lector a través de los personajes, inmersos en una caótica estructura argumental que intensifica esa sensación de aleatoriedad, de realismo imprevisible. Rucker utiliza personajes existentes en la realidad, capaces de actuar y reaccionar independientemente de la arbitrariedad de su autor, evitando convertirlos en meras marionetas de su voluntad creativa, intentando recrear, mediante sus reacciones inesperadas la ilusión de que poseen vida propia. Así Harry Gerber y Joe Fletcher, los protagonista de Master... no son más que alter egos de Rucker mismo, dos aspectos de su personalidad; el pasadísimo científico únicamente interesado en beber, el sexo y tener aventuras lisérgicas y el responsable programador de computadoras, esposo y padre de familia. Y sobre todo, los personajes son bichos raros, lo que todo el mundo llama ahora frikis pero sin el matiz despectivo que ha ido adquiriendo esa palabra que yo ya odio. Personas lo más alejadas posible de la corriente de la gente normal. Mostrencos, que diría Jordi Costa, que a su modo son bastante más lúcidos en la percepción de la realidad que la aborregada sociedad circundante inmersa en la famosa "realidad consensuada". Siendo el tema éste de los tipos raros y alienados el único en el que, aparentemente, se tocan los particulares universos de de Rucker y Clowes. Aunque ahora que caigo, Como un guante de seda forjado en hierro, es quizá un buen ejemplo de tebeo transrealista.

Y todo esto tan bonito y tan antiguo, como de contracultura, se condensa en una novela de poco más de doscientas páginas, divertida, graciosísima, vertiginosa y absorbente que se lee de un tirón en un Alsa León-Madrid. Eso sí, Rucker escribe tan acelerada y rematadamente mal desde el punto de vista formal que nunca podrá entrar en el Parnaso de las Artes y las Letras, pero ni falta que le hace (bueno, siempre puede alegar ser descendiente directo del mismísimo Hegel, lo que es totalmente verídico). Y así, mientras andamos distraídos riéndonos con esta comedia enloquecida, nuestras neuronas se irán reconfigurando lentamente, generando conexiones nuevas recorridas por estímulos diferentes a todo lo que hayamos sentido hasta entonces y al cerrar la novela la realidad nunca volverá a ser la misma. Vamos, como el LSD pero más barato (no por nada recibió Rucker la bendición del propio Allen Ginsberg de un capón durante un cebollón de ácido).

Así que espero que con un poco de suerte publican la novela en castellano provechando el tirón de la película, que ya era hora que Rucker entrara en el mercado literario español por la puerta grande de la sección de libros de los centros comerciales y la FNAC. A ver que editorial se lleva el gato al agua. Yo, por si acaso, ya les voy avisando.

12 febrero 2006

Sigue Sigue Sputnik; inventando el futuro


Qué divertido es jugar con el Youtube, ¿verdad?. Se pasa uno ahí las tardes muertas buscando la canción de Mazinger Z que le marcó de por vida, el vídeo cachondo de moda esta semana en todos los blogs o mismamente subiendo sus videoperformances caseras con la esperanza de que algún cazador de tendencias trastornado le descubra y pueda tirarse el resto de su vida pintando la mona como autor multimedia. Vamos, lo que faltaba para acabar de hundir el ratio de productividad de la industria española.

Pues así andaba yo un día, zascandileando por el Youtube en vez de limpiar el baño o escribir para el blog, cuando se me ocurrió ir buscando mis vídeos musicales favoritos, esos que me habían marcado como persona y proyecto de tío raro que no tiene ya nada de que hablar con sus semejantes. Antes de que mis neuronas llegaran a algún tipo de decisión consensuada, mis dedos por su lado ya estaban escribiendo las palabras mágicas: "Love Missile, Sigue Sigue Sputnik".

Si queda por ahí alguien al que se le active alguna conexión nerviosa después de leer ese extravagante nombre (uno de los mejores de la historia del rock, sacado de una banda callejera de Moscú mencionada en el International Herald Tribune, que global todo) recordará vagamente a unos pintas con bragas en la cabeza, hueveras de kickboxing por encima de los pantalones de látex y los mohawks más altos y oxigenados que uno pueda imaginarse, el kitsch glam extremo hecho vídeo (salvando al guitarrista Neal X cuando iba de traje y corbata de brillantes hecho un pincel, digno heredero del primer Little Richard). En fin, los ochenta en su máxima expresión, aquellos ochenta que todo el mundo odia ya culpa de los pesadísimos revivals pero que yo recuerdo con un irresistible aroma retrofuturista como de plastic age.




"El secreto de la genialidad de Sigue Sigue Sputnik: tres acordes, sintetizadores de un millón de dólares, poner a la gente de los nervios" - libreto interior de Dress for Excess

SSS eran la criatura de Tony James, antiguo cerebro junto a Billy Idol de Generation X, el grupo inventor, con perdón de los Buzzcocks, del punk-pop. Una vez marchado Idol a disfrutar de la vida loca roquera de Los Ángeles (o sea, ponerse morao de tías y droga), Tony, cerebro privilegiado y visionario, después de un atracón de discos de los iluminados del tecno-punk Suicide, puso las neuronas a trabajar para crear el grupo definitivo, la banda más grande que habría visto la Tierra, un monstruo multimedia que daría forma al futuro, el Producto Definitivo, la quinta generación del rock and roll (todavía no sé cuales son las cuatro anteriores, pero bueno).

De acuerdo con la tendencia imperante desde las últimas décadas del siglo pasado la imagen y sobrecarga de estímulos visuales serían la parte fundamental del concepto, Tony no se cortaba en afirmar que "la música no es más que la banda sonora de los vídeos". Así, decidió que SSS serían un grupo de superhéroes glam que vivirían en un mundo a medio camino entre como se imaginaba el futuro en los ochenta y la película porno de lujo; contaminación visual de anuncios, vídeos, fragmentos de películas y pantallas de televisor por todas partes, la omnipresencia de tecnología rozando el tecnofetichismo (mola ver en vídeos del 86 la fascinación que gastan con Japón, jugueteando con teléfonos móviles, cámaras de vídeo, minitelevisores, minirreproductores de audio o lamiendo un cd), gráficos computerizados de ocho bits, la ultraviolencia de coña, descontextualización de iconos políticos (la hoz y martillo que lucía Neal en su guitarra, la apología irónica del capitalismo futurista), la guerra fría, la proliferación nuclear y la reaganiana fascinación por las armas de gran calibre como metáforas de pulsiones sexuales reprimidas (Toma ya, ni Ballard, memorable la portada del single de Sex Boom Boogie; una ristra de consoladores que a primera vista asemejan un cargador de fusil). El cine basura de todo un John Waters, la ciencia ficción (desde la recurrente Blade Runner hasta los tebeos de American Flagg! de Howard Chaykin), y el libre mercado entendido como arma subversiva en buenas, o mejor dicho, malas manos (en la Sputnik Corporation cabían proyectos multimedia desde el canal de TV hasta la ropa, los juegos de ordenador, el cine, la inversión inmobiliaria, las botas de tacón de aguja para hombre, en fin, de todo). Y como guinda la siempre imprescindible manipulación mediática que tan buenos resultados les había dado a los Sex Pistols unos años antes. Se puso en marcha una demencial campaña publicitaria en la que James no se cortaba un pelo declarando que su intención era desplumar a todo el mundo con un grupo de figurones incapaces de tocar ni una nota; "puedes enseñar a cualquiera a tocar la batería, pero no puedes enseñarle a ser una estrella". Con fantasmadas como ésta se ganaron el creciente resentimiento de la crítica más seria y un contrato por un millón de libras con EMI sin tener apenas cuarto y mitad de canciones preparadas, pero sí un par de años de inmersión en las raíces del rockabilly, ensayando únicamente canciones de Elvis y Eddie Cochran.

"El placer es nuestro negocio" - inserto publicitario de la Sputnik Corp. en Flaunt It!

Esa locura publicitaria era, en esencia, SSS; vivir todas las fantasías del rock pero a tope ("No escuchar acompañado de un adulto" rezaba una de las múltiples sentencias que plagaban el libreto del primer disco). Disfrutar de las drogas más selectas, el champán más caro, la tecnología más de vanguardia, los hoteles más exclusivos, los clubes más de moda, las limusinas más largas, el sexo de todo género y manera, mientras la Sputnik Corp. se encargaba de todo. El objetivo era destilar irónicamente la esencia del rock y el pop como hijos que son del capitalismo optimista de los cincuenta pero trasladados al sueño de los años ochenta; revolcarte sin pudor en el hedonismo en todo su exceso porque sabes que, en cualquier momento los misiles nucleares podrían estar surcando el aire. SSS venían a ser a su época lo que el porno al sexo, una fantasía salida de madre que no tiene absolutamente nada que ver con la realidad, lujosísima y colorista, donde nadie es feo ni torpe, todo el mundo es elegante, fashion, divertido y está a la última. Una fantasía donde traer de una vez a la realidad ese futuro imaginado que nunca acaba de llegar, perfecto, brillante, pulido y penetrante como un consolador lubricado. Y a mí no me importaría pasarme tres semanitas de vacaciones ahí en la Cúpula del Placer...




"Dentro de cien años entro en un club y Elvis está tocando rock and roll de tres acordes en un increíble equipo de alta tecnología. ¡¡¡Así es como quiero sonar!!!" - libreto interior de Dress for Excess.

Y la cosa suena como un tiro de rockabilly de los años cincuenta cortado con Suicide, Cramps, T-Rex y unos New York Dolls guerreros de la carretera. El bajo computerizado de una sola nota de Tony (aquel ratonero chacachacachacachaca) es la guía para una batería doble que suena como un par de robots japoneses aporréandose mecánicamente. Sobre este paisaje rítmico post industrial llamean los riffs glam de Neal X, como explosiones de naves enemigas en una versión hipertecnológica de Space Invaders. Finalmente Martin Degville escupe frases cortas, absurdas e imperiosas como eslóganes publicitarios, un Bowie transexual camp puesto de popper con su voz distorsionada a base de overdubs, reverbs, ecos y todos los efectos que existan en un estudio. Todo esto pasado por el tamiz de los sintetizadores de Yana Ya Ya; omnipresentes samples de música clásica y películas que iban desde La Naranja Mecánica hasta Harry el Sucio y Terminator pasando por El Precio del Poder o Rollerball. El rock and roll del futuro, la sensación de estar conectado con un enchufe neuronal a la red abrasándose el cerebro con información pura. El puto caos, en suma.

Eso era Flaunt It!, el impactante debut en el que todas las canciones suenan casi igual, una desquiciada sobrecarga de estímulos e información, el primer y casi único disco que se puede calificar de auténticamente cyberpunk (este disco no es sobre cyberpunk, no va de cyberpunk, no se autocalifica de cyberpunk, ES cyberpunk). Con aquellas letras sin sentido ninguno que manejaban la técnica del eslogan publicitario pervirtiendo su sentido original para convertirlas en propaganda y apología de la destrucción masiva, ultraviolencia, juegos de ordenador, terminators, ciencia ficción, chicas Atari, sexo transexual... Con el añadido de que entre canción y canción habían incluido anuncios, no se sabe si en serio o para provocar, pero que le dan al conjunto un aspecto de artefacto proveniente de un futuro alternativo donde reinara un capitalismo gobernado por consejos de administración en los que implacables T1000 tomaran las decisiones. El producto (nunca mejor dicho) es rematado por una preciosa portada remedo de la caja de un robotazo japonés de juguete y un abigarrado libreto plagado de parafernalia japonesa, fichas de los ídolos, publicidad, fragmentos de letras, ubicuos eslóganes..., el juguete perfecto del siglo XXI.

"El sentido del humor es siempre esencial" - Tony James en el libreto interior de Flaunt It!

Lamentablemente nadie o casi nadie pilló la posmodernísima y artística broma conceptual. Aunque Flaunt It! vendió un millón de copias, que no está mal, SSS no lograron el éxito masivo necesario para convertirse en el grupo definitivo que pretendían ser; ni canal de televisión, ni compraron la EMI, ni, lamentablemente, los hombres acabaron llevando tacones de aguja, ni nada de nada. Masacrados por una crítica que les tenía ganas por (aparentemente) no tomarse en serio la música, abusar del sexo y la violencia para vender y ser un grupo prefabricado (cosas que, como todos sabemos, nunca se han dado en el mundo del pop-rock) y siendo el hazmerreír de la industria por el batacazo comercial, los sputniks tardaron dos años en crear la continuación a Flaunt It!. El segundo disco, Dress for Excess, parecía una disculpa, el eslogan central era, irónicamente, "Esta vez es la música" y en la portada lucían una cita del Neuromante de William Gibson; "la calle encuentra su propio uso para las cosas" (lamentablemente Gibson, a la hora de retratar un grupo pop en sus novelas optó por el modelo U2 en vez del visionario SSS).

Sin duda presionados por la discográfica para sonar más comerciales y variados (incluso las letras tienen algo de sentido), Tony James traicionó sus principios para facturar un disco esquizofrénico donde chiste-canciones como Success (a pachas con los productores más odiados del mundo: Stock Aitken y Waterman) se dan de ostias con trallazos descartados de Flaunt It! como Jane Mansfield. A pesar de todo, no faltan las buenas canciones; Dancerama (en otra pincelada visionaria el vídeo de esta canción es una simpática adaptación de La Jeteé de Chris Marker, el corto de culto inspirador de los 12 monos de Terry Gilliam), Satellite, Super Crook Blues o Mutual Assured Destruction (M.A.D.) la demencial apología de la guerra nuclear como neurosis sexual (don´t get hard in my backyard), tan profética ella que debe estar sonando día y noche en los laboratorios nucleares iraníes ahora mismito (you´ll never lost a war by being too strong, and you´re never too strong when you got the bomb).



"La historia nos dará la razón" - página web oficial del grupo.

El ostión fue definitivo, barridos por las volubles oleadas del mundo del pop, SSS desaparecieron y fueron olvidados, archivados como otro fenómeno de feria de aquellos locos años, mientras los más listos carroñeaban las ideas más felices e innovadoras del grupo: el montaje multimedia, el sampleo a tutiplén, la fusión de rock, tecno y disco, la ironía, hasta la parafernalia japonesa. U2 llegaron a saquear sin vergüenza el montaje que los sputniks realizaron en el Albert Hall del 86 para su gira del ZooTV, con aquellas pantallas lanzando eslóganes al público.

A partir de ahí desbandada general, acabando el pobre Tony por ganarse las lentejas como mercenario en Sisters of Mercy. De vez en cuando surgían ecos de los antiguos Sputniks, un disco en solitario de Martin Degville, el intento de revivir el espíritu Sputnik aunado con los grupos prefabricados de chicos en el proyecto de The Next Generation (fallido disco que sólo se publicó en Japón), etc, etc. Hasta que algo tan sputnikiano como es internet reactivó al monstruo. El rumor de fondo de los fans que habían encontrado en internet ese lugar idóneo donde reivindicar a sus ídolos, enterneció a Jamesss, que preparó una la vuelta junto a los dos compinches que pintaban algo en el grupo; Degville y Neal X. El resultado son dos discos de glam futurista y uno de alienígenas versiones de Elvis, cuya aparición provocó incluso la edición de un grandes éxitos por parte de EMI. Nuevos e ingeniosos eslóganes, apología del intercambio musical por internet, coqueteos con el electro, el dance, la cultura de club, giras en locales pequeños que rozaban lo insignificante, la marcha de Degville, etc, etc, en fin, lo que es un grupo al que ya se le pasó el arroz y corretea desesperadamente detrás de todas las modas que se ponen a tiro. Pero aunque los discos de la nueva etapa no están del todo mal y tienen alguna canción aprovechable, su trabajo ya está hecho de sobra con Flaunt It!, el brillante artefacto que debería haber quedado como una pieza única, la burla irónica a un rock and roll que ha perdido todo el glamour y la diversión, que se toma demasiado en serio a sí mismo con sus ridículas pretensiones de autenticidad en un mundo donde el mercado, la publicidad y el dinero lo son todo. Y al final el futuro adelantó a SSS, ellos lo inventaron; por fin la historia les dió la razón.


04 febrero 2006

Cuatro meses en tebeos

Bueno, pues en estos meses de ausencia se han editado muchas cosas en esto de los tebeos, que ya sabemos que van las novedades como locas. Así que como son muchos, pero muchos, a ver si consigo lucir mi capacidad de síntesis (ja, ja), se los comento de plumazo en un post y a otra cosa. Así que venga, rapidito.

Empezamos con los alegres supertipos en esquijama, pero por el bien de ustedes lectores; así acaban antes y se pueden saltar el resto del artículo. Lo mejor que me he echado a las pupilas últimamente es la reedición del Capitán Britania de Alan Moore y Alan Davis. No, no es una indirecta sobre la muerte de los tebeos superhéroes y tal (eso ya lo hace, o lo intenta, Milligan en X-Statix), simplemente es la constatación evidente de la inmensa importancia de la figura de Moore en el género. Pero es que es irresistible, el género Moore ya con todas sus futuras constantes: toneladas de ideas, actualización de conceptos, recursos de cf sabiamente aplicados al género, terrible amenaza in crescendo, apocalíptica batalla final... El borrador de lo que serían muchas de sus obras superhéroicas posteriores aguanta perfectamente como un gran tebeo de entretenimiento. Asimismo es interesante ser testigos de la evolución de un primerizo Alan Davis, luchando para superar su torpeza inicial y acabar como ese maestro del realismo estilizado y clásico, heredero de Neal Adams, nacido para dibujar superhombres. Imprescindible, y si pueden intenten conseguir la anterior edición Forum que incluye los primeros episodios guionizados por Dave Thorpe, pues así se centrarán mejor en la historia.

Casi entre la indiferencia general acaba X-Statix, el tebeo que ofrecía esa innovación siempre reclamada por lectores que lo que en el fondo quieren es leer una y otra vez lo mismo. Sin crear escuela (lamentablemente) y terminado a trancas y barrancas entre múltiples problemas, Milligan y Allred nos ofrecen un enfrentamiento con los Vengadores que recuerda una mezcla bizarra de aquel demencial Contest of Champions con los antiguos crossovers de X-Men/Vengadores. El resultado no carece de auténticos momentos de mala leche, como el flirteo entre Ojo de Halcón y Vivisector que disfrutan de los mejores diálogos (hablando sobre los problemas de África y los africanos Halcón dice: "¿Qué le pasa a esta gente?, ¿porqué no pueden ser un poco más como nosotros?"). De todas maneras el crossover es un simple tobogán para acabar de una vez en un último número entre lo emotivo y lo absurdo en el que Milligan concede a sus criaturas un clímax épico que traicionaría el espíritu de la serie si no fuera porque es todo tan absurdo, tan de cualquier manera, tan irónica y frívolamente nihilista ("¿Alguna vez ha importado?", llega a comentar Mr. Sensible en el fragor de la batalla), que se adivina cierta reflexión amarga que va más allá de la situación vital de los personajes del tebeo, una reflexión sobre la trayectoria de la colección en particular y del estado del género en general. Y al final todo lo que queda es un teatro vacío, el escenario de la última batalla de los X-Statix no es más que un panel pintado, una representación, una farsa. Después de este final tan abrupto, seco y desolador por parte de Milligan no sé como nadie va a tener el cuajo de tomarse en serio su Patrulla X.

Más moderneces nos ofrecen Grant Morrison y Frank Quitely en We3, una salvaje reinterpretación del cuentecillo de los músicos de Bremen pero en ultratecnológico, narrándonos la historia de tres animales que han sufrido los excesos de los experimentos del complejo militar-industrial y escapan buscando la libertad, la seguridad y el calor de una buena manta. Morrison salva la difícil tarea de hacernos empatizar con tres personajes que apenas hablan y realmente te importa lo que les pasa (aunque quizá es que a mí me gusten mucho los animales). Pero el final feliz y el abuso de algunos tópicos ya muy vistos (ese bulldog asesino, por ejemplo), traiciona el aire fatal de la aventura. De todas maneras lo importante aquí es el cómo se cuenta y Quitely, una debilidad personal que me gustaría hasta dibujando un tebeo de los Osos Amorosos vs Aliens, se luce con una narrativa que lleva el espectáculo hasta el límite del videojuego 3D, es el puto amo del espacio y el tiempo.

En el otro extremo, The New Frontier, de Darwin Cooke es un tebeo nostálgico casi exclusivamente dirigido por/para aficionados al mundo DC. Siendo este tema de la revisión nostálgica un subgénero ya como cualquier otro, en lo suyo el tebeo está muy bien y eso que yo no soy precisamente un experto en DC. Entretenido tapiz de la transición Edad de Oro - Edad de Plata, funciona perfectamente como tebeo de aventuras retro con ocasionales apariciones de conocidos superhéroes que, en ese ambiente, agudizan el sentido de la extrañeza y la maravilla. Todo estupendamente dibujado por Cooke, un discípulo de Kirby vía Bruce Timm que se hubiera empapado de Chaland o el mismo Daniel Torres. Eso sí, dicen que el segundo tomo naufraga totalmente, ya veremos.

Asimismo en el mundo de las mallas sudadas son recomendables los tomitos de las Aventuras de Batman donde se demuestra de nuevo que la sencillez y la falta de pretensiones son las mejores armas para divertir y entretener, que te recuerdan un poco la emoción infantil de sentirse totalmente absorbido por un tebeo, las mejores historias de Batman que he leído en mucho tiempo. Y por supuesto, El Cuarto Mundo de Kirby (básicamente Los Nuevos Dioses, que es lo que me he re-leído de la edición Planetoide). A pesar de unos diálogos esculpidos en plomo en el libro de granito de la épica más desmelenada y de una imaginación desquiciada que decididamente necesitaba alguien que le dijera aquello de "quizá esto no sea tan buena idea" (el esquiador con yelmo tiene tela), en Los Nuevos Dioses encontraréis alguna de las mejores historias del Rey como la fuerza apabullante de El barco de la gloria o El Pacto. En fin, la ópera superheróica definitiva con unos dibujos más grandes que la vida (vale, yo también odio a Vince Colletta), capaces de hacer temblar las placas tectónicas a base de pura energía cósmica.

En la frontera entre los superhéroes y una cosa más presentable en sociedad, Planeta ha retomado alguna de las series que dieron origen, lustre y nombre a Vértigo, en el revival ochentas que viven en esa santa casa (después de la pérdida de los derechos de Marvel a la fuerza ahorcan).

Hellblazer de Delano y Ridgway fue el primer derivado de la seminal La Cosa del Pantano de Alan Moore, Bissette y Totleben y más o menos, en los primeros números mantiene esa constante. Una historia de terror global (en pocas páginas viajamos de UK al desierto africano y finalmente NY) con toques de crítica social y unos textos de apoyo muy literarios en la línea del propio Moore. Textos que no han envejecido demasiado bien, es cierto (éste es uno de los motivos por los que nunca me he atrevido a releer La Cosa del Pantano desde hace unos años) pero la historia es buena a pesar de cierta moralina que parece una constante en toda historia de terror que se precie. Y, sobre todo, se impone el retrato triste y atormentado de un Constantine acosado por sus fantasmas, incapaz de llevar una vida normal, resignado a ser mago por incapacidad para ser otra cosa. Retratro bastante más atractivo que el cínico cabrón de réplica ingeniosa, parodia de sí mismo en que acabó convirtiéndose. El dibujo feísta de Ridgway es perfecto para retratar esa Inglaterra mágica pero sórdida y gris, asfixiante, thatcheriana, como de cuento de M. John Harrison, de la que uno no puede sino luchar por huir.

Shade de Milligan y Bachalo (o Bacalao como le llama cariñosamente el amigo Llosef) es una road movie a través de la cultura popular norteamericana, su inconsciente colectivo y las neurosis que alberga. Un estudio sobre como dicho inconsciente colectivo moldea nuestra propia psique, en cuanto seres individuales. A veces fascinante, a veces un poco pesao, a ratos parece que no encuentra dirección clara, pero al menos es bastante entretenido en general. El Bacalao pues ni narra ni dibuja demasiado bien, aunque por el número tres, que es el último que obra en mi poder, ya ha mejorado bastante.

Y por supuesto la Doom Patrol, de Morrison y un dibujante de cuyo nombre no quiero acordarme. Siendo este un tebeo que me convirtió en lo que soy ya tendrá su correspondiente artículo. Simplemente comentar que es la Patrulla X de los feos los raros y los tontos, apología de la diferencia y la extrañeza, muy lejos del glamour un poco cargante de Los Invisibles. A la vez juguetería mágica, cuento para niños, tebeo postmoderno definitivo, batidora sicotrónica de todas las referencias más cool que te puedas echar a la cara, pedante, original, desquiciado, mágico, divertidísimo y finalmente enternecedor, es mi tebeo favorito de Morrison y el que marcó cierta guía para sus trabajos posteriores (los más atentos podrán comprobar como Morrison, al menos en esta serie, tenía todas las sorpresas planeadas). La edición de Planeta un desastre, los tomitos estos son cutrísimos y dos números por entrega saben a muy poco. Encima sin artículos introductorios a la serie ni absolutamente nada de información, dejada a la interactividad de los lectores, un desastre.

Ya pasando a la intelectualidad pura y dura. Las aventuras de Hiram Lowatt y Plácido: Los ogros de David B y Blain es un impactante tebeo de aventuras en el Klondike en la estela de los mejores relatos de Jack London. Después de la aventura de Hop Frog, entre el surrealismo y la comedia, este volumen (que se puede leer de forma absolutamente independiente) transcurre en un pueblo de Alaska en un cargado ambiente malrollista. Canibalismo, indios que han encontrado la idea de justicia en novelas del oeste de a duro y sobre todo la idea de una Naturaleza salvaje, oscura y primigenia que, como en El corazón de las tinieblas se apodera y enloquece a quien se interna en ella e intenta domeñarla. Blain, por supuesto, se sale creando con su pluma nerviosa y cortante una atmósfera terrible y ominosa, rozando el expresionismo casi desagradable, lejos ya de los empalagosos colores pastel de Hop Frog.

Más cálido es, sin duda, Golondrino ama a Venancia de Abel Ippolito, que por fin ha caído en mis manos rebaja mediante (se publicó hace años a un precio que me echó p´atras en diversas ocasiones). Inteligentísima integración del lenguaje del tebeo japonés en una historia de inconfundible sabor rural español, Ippolito construye una emotiva pero dramática historia de amor con únicamente cuatro personajes, dos animales parlantes y un espantapájaros. Divertidísimo y tierno, un tebeo sobre sentimientos, pillénselo sin dudarlo si lo ven por ahí.

Yaquestamos bordeando las prósperas costas del manga, nueva entrega de Hideshi Hino, el trastornado autor de La serpiente roja. De nuevo investigando ese pozo sin fondo que son los traumas de la infancia mediante la historia de un chiquillo abandonado, que, como un Gregorio Samsa cualquiera, aparece un día convertido en un repugnante gusano (a ver quién no ha tenido un día así malo). Rechazado por su familia, compañeros, incluso por los animales a los que tenía por únicos amigos, acaba interiorizando su monstruosidad; si todo el mundo le trata como un monstruo acabará actuando como tal. Y lo que superficialmente parece una historia de terror gore no es más que un trístisimo cuento sobre la monstruosidad interior y exterior. Pero triste a lo japonés, o sea, una cosa pasadísima de rosca, como la versión oscura y perversa de aquellos cuentos troquelados de la infancia que ya de por sí tenían tela (el torpe dibujo de Hino contribuye a reforzar esta impresión). Pero que aún así enternece, y sobre todo, da una pena tremenda. Pero de llorar, ¿eh?

Exterior noche de Gipi, la última sensación de la historieta europea es una recopilación de historias cortas realizadas a lo largo de varios años, de un fastuoso y complicado grafismo (ejemplos aquí) al servicio de unas historias que van desde la cotidianeidad de barrio hasta la denuncia social o la anécdota insustancial. La descompensación entre lo que se nos cuenta y el trabajado y espectacular grafismo es elevado y casi ninguna de las historias pasa de anecdotilla (incluso hay alguna que me ha resultado irritante por pretenciosa, como Muttererde donde la tensión entre viñetas y texto en plan relato ilustrado llega a cansar sobremanera). A excepción de La calle de las Adelfas, un fantástico relato sobre un acontecimiento espantoso que se nos escamotea, centrándose en los momentos previos, en la añoranza de como era todo antes de que el mundo se quebrara, en la inocua cotidianeidad de un día absolutamente normal que terminará de forma terrible.

Insisto e insisto con Muñoz y Sampayo y no puedo con ellos, esto es un problema mío sin duda, como me ocurre con John Crowley, Alfred Hitchcock o John Coltrane. En esta ocasión se trata de El libro, un relato sobre eso mismo, un libro de ajedrez misterioso. Nazis, la convulsa historia política de Argentina en el siglo XX, ajedrez, bibliofilia... Lo que en un principio parece un relato vagamente borgiano sobre un misterioso y buscado volumen, termina como una trama a medio camino del thriller y la novela negra de aire político, una indefinición que convierte a la obra en algo en apariencia disperso, sin una dirección clara, de un decepcionante final que deja demasiado a las claras que el misterio central que nos ha ocupado casi todo el tebeo es un mcguffin insustancial. Incluso en ciertos momentos es de un maniqueísmo muy poco sutil, como ese librero materialista, ignorante y malvado que compra al protagonista su preciada biblioteca (su alma) por una cifra misérrima aprovechando su difícil circunstancia personal. Por supuesto dicho librero acaba fatal, recibiendo su justo merecido al final. Por lo demás José Muñoz luce un grafismo que dejaría con la boca abierta a cualquier experto en arte moderno, pero que, a ratos, se convierte en un narrador densísimo y difícil de seguir.

Y lo mejor para el final, Capital de provincias del dolor de Santiago Valenzuela. Acaba el asedio de Deneeim, primer ciclo de las aventuras de Torrezno, de la forma más épica y apoteósica que se pueda imaginar con un Torrezno ya redimido totalmente de su pasada vida como desecho social de barra de bar. Emociona verle totalmente cumplida su transformación personal, luchando como un jabato sin comer ni dormir, contra toda esperanza ante el último asalto de las huestes de Hobayashi y luciendo ese "esprit" típicamente español ("¡Y un huevo!", "¡Hasta la victoria siempre, tronco!"). Además de tanta épica, acción y aventura, Valenzuela, mediante una ejemplar conversación entre Hobayashi y Tsensei el escritor y cronista de la campaña militar del Gran Khan, reflexiona sobre la cosmogonía, mitología y naturaleza de su micromundo, que también es el nuestro, ahondando en esa extrapolación del mito de la caverna que, como idea de fondo, recorre toda la obra, simbolizada la famosa ocurrencia platónica en ese ventanuco que refleja la luz de una farola pero que para todo un universo diminuto es la misma luz del astro sol. Vamos, que este quinto volumen es la hostia y la mejor noticia de todas es que hay Torrezno para veinte años por lo menos.

Arf, arf, todavía me quedan cosillas en el tintero; Shutterbug Follies de Jason Little (mal), La mujer de la habitación oscura de Michetaro Mochizuki (fatal), Pueblo de Manuel Mota (bastante majo, autor a seguir) el volumen de Piratas de la EC (bueeeeno, como siempre en la EC; dibujantes superlativos a cargo de chistecillos alargados...), Jack Staff: todo solía ser en blanco y negro de Paul Grist (muy requetebién) el Capitán América de Brubaker y Epting (no me lo he leído todavía) o Challengers of the Unknown de Loeb y Sale (psché, lástima de final) y alguno que se me olvida (aunque si se me olvida es que no me interesó demasiado para bien o para mal). Pero lo dejo ya, que les tendré mataos. Yo, por mi parte, me voy a tomar un paquete de aspirinas regado con una docena de Bierzos.

Cinco novelas de 2023