31 marzo 2005

Phil Lynott ha vuelto a la ciudad (I)


Phil Lynott haciéndose el interesante.

Como dijo una vez la gran Patricia Godes, todo el mundo debería pasar una etapa jevi en su vida (musical). A ella le llegó ya entrada en la treintena y se tuvo que conformar con los caciquillos de Metallica. Pero a los que nos salieron los granos metálicos un poco antes, en el boom del jevi español (¿se acuerdan de cuando Barón Rojo y Leño salían por la tele y la gente llevaba espalderas de los Maiden?) tuvimos la suerte de disfrutar lo que es ser un pedazo hijo de rocanrol, con el sonido del trueno rugiendo por los altavoces de nuestras potentes minicadenas marca "Sorny". Y sobre todo, gustando del jevi, aprendías aquellas verdades inmutables que te ayudaban a distinguir lo bueno de lo malo y lo que era auténtico del pastelón. A saber: amarás el virtuosismo sobre todas las cosas, cuanto más largo el punteo de guitarra mejor, el gutarrista es dios y el cantante, perdón, el garganta, su profeta, los discos en directo deben llevar dos canciones por cara de media, los solos de batería no son aburridos, lo que no es jevi es moña, nuestros ídolos no iban ridículos sino "pintones" o que los Purple no estaban tan viejos como se empeñaban en atestiguar las fotos. En fin, unas seguras y sencillas reglas por las que moverse por el proceloso y voluble mundo de la música popular siempre esclavo de la pose, el pintamoneo y las modas. Porque si algo tienen los jevis es que la música les mola, pero de verdad. Y cuando vean a uno haciendo air guitar con un solo inmortal de Ritchie Blackmore de fondo, sepan que se siente como dios, vamos que está en un estado superior del ser ahí melenas al viento, elevándose sobre la patética masa de moñas que quedamos irremediablemente atrás.

Pero uno que tiene la cabeza un poco desamueblada le molaba el jevi y también Alaska y Dinarama (cosa que llevaba con discrección) y al final fue este palo pop el que se impuso en mi criterio musical (bueno...) al alcanzar la madurez. Bueno más que el jevi, los grupos que me gustaban eran de rock duro setentero, ya saben los Purple y toda su prole, Whitesnake, Rainbow, Black Sabbath, Rush, Led Zep y cosas así... La mayoría me dejaron de gustar con el tiempo, cuando te haces mayor sientes que escuchar un solo de batería de diez minutos te acerca un poco más a la muerte. Pero sigue habiendo un grupo que no me da vergüenza decir que me siguen gustando y que escucho ahora mismo mientras escribo esta paridita robando horas de trabajo en la oficina, los Thin Lizzy.

Lo cierto es que los Lizzies no eran tan conocidos como los Purple, los Maiden o los Judas, pero a los fans les adorábamos, cuando se eran fan de Thin Lizzy se era a muerte. Su historia es un despiporre rock lifestyle de drogas, peleas, alcohol, chulería de barrio, folleteos en váteres de aviones y el inevitable desenlace fatal, con el líder carismático Phil Lynott, Philo, muerto por sobredosis tras un largo historial de desparrame químico. Un grupo que terminó en absoluta bancarrota tras una desesperada huida hacia adelante en sus últimos años, obligados a grabar para cubrir deudas, y que en el 83 le costaban medio millón de libras a su mánager en vicios, cuando diez años más tarde, los gastos de cualquier grupo no pasaban de las cincuenta mil. El grupo que se regrabó enterito (salvo las partes de batería) en estudio su mítico directo "Live and Dangerous", que encima fue escogido por los fans ingleses como mejor directo de la historia. Y sobre todo eran el grupo de las canciones luminosas, llenas de ganas de cachondeo, de tías, de tenerlas, de perderlas, de echarlas de menos y de vivir. Y lo mejor de todo, su hit "The Boys are Back in Town" fue definido por un plumilla de pitchforkmedia como "la canción más ridícula del mundo". Si señores, si a un periodista moerno y moña que se pajea sobre los churritos de Radiohead no le gustan Thin Lizzy, es que estamos en el buen camino.

El líder carismático, cerebro e impulsor de todo este desmadre era Phil Lynott, el extraordinario compositor mestizo. Hijo de irlandesa y un brasileño caradura que abandonó a su embarazadísima señora tres semanas antes del parto, fue criado por a su abuela Sarah (bautizó a su hija como Sarah y ambas les dedicó una preciosa canción) mientras su madre se veía obligada a trabajar en Manchester. Infancia que le marcó lo suyo, imagínense lo que debía ser crecer hijo de una madre soltera en un país como Irlanda en los años cincuenta. Y encima siendo negro... Pero era un tío con inagotable carisma, el irlandés encantador, macarrilla y ligón que en el fondo es un típo sensible con un gran corazón, pero que te mete como te pases, tolai...

El héroe de la limonada es el de la derecha

La historia que sigue es muy parecida a la que habrán leído de cientos de grupos de rock; auge, apogeo, desastre y separación por la agotadora rutina gira-disco-gira. Como en la mayoría de bandas la cosa comienza con dos amigos del colegio; Phil y Brian Downey (batería que, un par de breves renuncios aparte, aguantó en el grupo hasta el final) que habían pasado por diversas bandas de Dublín hasta que es estabilizan en formato de trío con Eric Bell, un experimentado guitarrista que había trabajado con los Them de Van Morrison. Decidieron llamarse como un personaje de tebeo británico: la robota Tin Lizzie (quien siga "Jack Staff" de Paul Grist encontrará referencias a este personaje) al que modificaron un poco el nombre para adecuarse a la pronuciación irlandesa. Esta formación factura tres elepés rock, bluesy y folk de muy bonitas canciones ("Thin Lizzy", "Shades of a Blue Orphanage" y "Vagabonds of the Western World") hasta que las tensiones internas y la necesidad acuciante de lograr un hit ("Whiskey in the jar" el éxito que cuando llegó, acabó con ellos) rompieron la formación. Eric, totalmente quemado por traicionar sus ambiciones musicales a cambio de la búsqueda incesante del éxito efímero, abandonó el grupo a lo grande, con una curda inmensa en el escenario, marchándose tambaleante a las tres canciones. Pero la cosa no acabó ahí, volvió, agarró la botella de un fan que pasaba por allí, pensando en su inmenso cebollazo que era limonada. Desgraciadamente era whisky, así que el lamentable error se resolvió con un desmayo del guitarrista en el sitio (me gusta imaginar que después de eructar sonoramente), acabando los otros dos mimbres el concierto como pudieron (recordemos que eran un bajo y un batería). Feliz actuación esta que marcó la impronta de la trayectoria vital futura del grupo.

Desesperado por la falta de éxito, la pérdida del guitarrista y a punto de disolver el grupo, Phil fue convencido por su mánager con un argumento impepinable; habia que seguir actuando para pagar todas las facturas pendientes. Contrataron a la guitarra a un antiguo amiguete, el habilidoso Gary Moore. Que abandonó la formación tras tirarse todos y cada uno de los días del tour bolinga (con la resaca consiguiente).

La formación clásica hechos unos sanluises.

Inasequible al desaliento Philo se puso en contacto con el atractivo californiano Scott Gorham (terror de las chicas, acabó cortándose su espléndido melenón porque "el pelo me tapaba la guitarra y no veía ya los trastes ni las cuerdas") y con Brian Robertson, un escocés de dieciocho años de una actitud vital que bordeaba la delincuencia juvenil y cuyas sustancias favoritas eran el whisky aderezado con speed. Esta es la formación más clásica que despachó dos elepés de transición; "Night Life" y "Fighting" antes de descolgarse con lo que todo el mundo considera obra maestra de la banda; "Jailbreak". Asimismo establecieron el sonido característico del grupo; las dos guitarras al unísono dibujando bonitas líneas melódicas poppies (al estilo Wishbone Ash pero en más agresivo). Concepto luego copiado hasta la saciedad, desde los penosos Boston hasta esa broma post-todo que son The Darkness, pasando por el grupo cumbre del rock moña, Bon Jovi.

Y a partir de "Jailbreak" vino la conquista de América. Y la apoteosis. Pero no la que nuestros héroes se esperaban.

Continuará...

27 marzo 2005

Juventud enferma



Recién terminada la publicación de "Agujero Negro" del gran Charles Burns va servidor en su inconsciencia y suelta una opinión valorativa mala o muy mala sobre dicha obra nada menos que en La cárcel de papel. Comentaba allí que me me había aburrido sobremanera dicha serie, que la encontraba excesivamente pretenciosa, el intento de Burns de crear su Gran Obra "seria" y que se le abrieran los ateneos y paraninfos del arte y las letras ante su talento. Y esperaba, después de leerme los doce números seguidos, arrepentirme miserablemente de mi opinión. Evidentemente es una obra que gana leída de un tirón y no a ratos perdidos durante cuatro años, así que después de habérmelos atizado todos de una sentada, me arrepiento publica y miserablemente (claro) de lo dicho y me quito el sombrero ante el maestro.

Pero no empecemos por el tejado. "Agujero negro" es la obra más ambiciosa hasta la fecha de Charles Burns, el autor de Seattle conocido por sus demenciales historias de aires fifties, batidora psicotrónica e irónica de la cultura basura y el lado oscuro de una América próspera y optimista de automóviles relucientes, pulcras zonas residenciales de los suburbios y publicidad constante de todo tipo de maravillosos objetos de consumo. En sus absurdas historias de ambientes malsanos caben los detectives disfrazados de luchadores mejicanos, las deformidades físicas, los extraterrestres, los mad scientists, los robots, la ciencia ficción de los años cincuenta en general y la estética EC en particular. Estética que refleja como ninguna otra las turbias ansiedades que bullían bajo las imágenes de norteamericanos sonrientes que USA exportaba al mundo. Sin embargo, a la hora de acometer "Agujero negro", Burns se aleja de las reconocibles coordenadas de sus obras anteriores, descartando la ironía pop y la cultura basura como herramientas narrativas, limpiando todo rastro de referencias trash a no ser que estén integradas totalmente en el mundo de los seres que habitan el tebeo. Arriesgándose a contar una historia más personal y propia, sin la red de seguridad que proporciona la mirada irónica y el cachondeíto postmoderno, Burns se adentra en el terreno de la historieta semiautobiográfica sobre la convulsa juventud, objetivo casi único y obsesivo de la cultura popular de la sociedad de nuestros días, una más de las patologías sociales que se vienen arrastrando desde los años cincuenta.


"Agujero negro" narra la historia de unos chavales de un pequeño pueblo del estado de Seattle en el que ha surgido una epidemia contagiosa (referencia, según Burns, a las transformaciones físicas que se sufren durante la adolescencia, como si un virus de la "enfermedad de la vida", de la madurez, se tratase). Una enfermedad que se transmite por vía sexual y que afecta únicamente a los adolescentes que, desfigurados por diversas mutaciones físicas a cada cual más perturbadora o repugnante, se refugian en un tenebroso bosque cercano al pueblo donde comienzan a aparecer inquietantes signos de que algo extraño se oculta allí... En este ambientazo se mueven los protagonistas del tebeo, básicamente cuatro personajes en una historia que parece sacada de la típica película teen de un universo alternativo y oscuro. A saber; Keith se enamora de su compañera de clase, Chris que, a su vez, comienza una relación con Rob el cual ha contraído la enfermedad. Mientras tanto Keith conoce a Eliza, también portadora del virus y entre los dos surge una extraña afinidad. En fin, las inmutables y eternas leyes de la atracción. Y, a la vez, de una manera u otra, todos aspiran a escapar del pueblo, un microcosmos asfixiante donde nunca pasa nada y no hay nada que hacer salvo drogarse e ir a fiestas, dejar pasar el tiempo y posponer el futuro indefinidamente, en el que el auténtico terror es enfrentarse a una madurez plagada de desengaños y frustraciones. En resumidas cuentas, "Agujero negro" se dedica a explorar esa lóbrega tierra de nadie que todos hemos sufrido más o menos entre la infancia y la madurez, un lugar espantoso abonado para el desamor, la frustración, el miedo a los otros y al mundo, la soledad, el hastío y la alienación como no se sienten en otro período de la vida y del que sueles salir mal parado y a trompicones. Pero en el malsano universo de Burns estas sensaciones se transforman en un efluvio a carne podrida durante otra tarde aburrida y estúpida drogándote para tapar las voces que te gritan que todo va mal. O encontrar un brazo arrancado o un tótem construido con huesos y basura cuando te internas en el bosque huyendo de la desesperación y el aburrimiento.


Formalmente el tebeo es impecable, la depuración del distante estilo de Burns alcanza casi la perfección inhumana. Experimentando con la composición de página y prescindiendo de retratar a los personajes como meras caricaturas (aquí ya no hay esos personajes casi icónicos y ridículos de anteriores obras), Burns se decanta por un acertado hiperrealismo tenebroso de opresivas masas de tinta negra, trabajados juegos de luces y un trazo rotundo, frío y limpio como la fotografía de un estado de ánimo, una realidad siniestra superpuesta sobre la nuestra. Logrando crear un ambiente cerrado y ominoso, la perversa transformación de los lugares familiares y reconocibles de nuestra vida cotidiana en inquietantes paisajes que ocultaran enfermedades latentes. Es como si nos encontráramos sumergidos en un sueño extrañamente nítido en el que todo pareciera estar perfectamente, pero en el que, en el fondo, todo anda absoluta y terriblemente mal. Esa sensación de inquietud, de que algo espantoso está a punto de ocurrir pero cuyo impacto no llega nunca. Y el reflejo de los paisajes interiores de los personajes, como Chris, son turbadores y fascinantes como una adaptación pop de El Bosco; caminando entre montañas de basura habitadas por gusanos con rostro humano hasta llegar al mar y flotar eternamente contemplando las estrellas.


En el debe tan sólo apuntar que la trama no deja de ser una endeble excusa para trazar un mapa oscuro de la adolescencia, un deambular sin rumbo de los personajes reflejo del vagar hacia ninguna parte que algunos sufrimos aquellos maravillosos años. Así que en el tramo final de la obra Burns intenta darle cuerpo al argumento con un giro en la secuencia de acontecimientos que se viene preparando desde un principio pero que a mí me resultó un pelo artificial. Asimismo, las pretenciosas figuras alegóricas o la recurrente imagen metafórica del bujero de marras (sí, vale, el vacío vital, el negro futuro, blablablabla) evidencian las pretensiones de seriedad y "profundidad" artísticas que, en mi obtusa opinión, chirrían y cansan (bueno, al menos no ha puesto citas). Pero, a pesar de estas minucias, "Agujero negro" se basta y se sobra para alzarse como una de las más certeras, sugerentes y poderosas reflexiones realizadas en cualquier medio sobre un periodo vital oscuro, confuso y extremadamente amargo al final, que en mi caso estoy encantado de haber dejado, como ocurre con los protagonistas al terminar el tebeo, muy atrás.

22 marzo 2005

Santos oscuros


Cupido y Centauro en el museo del amor

Mientras voy terminando un tochito sobre el "Agujero Negro" de Charles Burns y para que no se me aburran, les dejo en manos del fotógrafo Joel-Peter Witkin y sus hipnóticas instántaneas de freaks, restos humanos y cadáveres en la venerable y muy española tradición del bodegón de miedo, las calaveras, el tenebrismo, los enanos, jorobados y tullidos que tanto les ponían a Velázquez o Goya. Elementos todos ellos ideales para alcanzar el estado espiritual idóneo en estas fechas, la época de la parafernalia de mal rollo por excelencia, la Semana Santa (les enlazo un par de galerias, pero googleando un poquito tendrán acceso a casi toda su obra. Si tienen ganas, claro).


El beso

Aunque a veces no pueda evitar pensar que Witkin no es más que un gringo rico que se forra explotando el morbo al retratar cadáveres de mexicanos pobres (como ese impresionante "Hombre de Cristal", retrato de un vagabundo recién salido de la mesa de autopsias que porta consigo toda la majestad doliente de un Jesucristo recién bajado de la cruz) me podría tirar horas contemplado estas evocadoras fotografías que parecen haber sido encontradas en un vetusto y oculto desván parisino, enterradas en prohibidos volúmenes de saberes arcanos. O quizá ocultas en gabinetes clausurados de un dieciochesco Museo de Ciencias Naturales, junto a ejemplares embalsamados de animales fantásticos y fetos de monstruos marinos sumergidos en formol. Instantáneas ajadas y amarillentas donde aparecen modelos deformes en escenarios decadentes, barrocos y teatrales, ataviados con una orgullosa dignidad mitológica. Seres que asoman con una belleza diferente, como la aristocracia de un mundo secreto, subterráneo e invisible. Y contemplándolos atisbamos nuestra propia imagen entrevista al otro lado del espejo, asombrados ante la pura esencia de lo extraño, lo extraordinario y hermoso.


El hombre de cristal

18 marzo 2005

Crónicas punkarras



Supongo que a estas alturas del partido internáutico quien más quien menos ya compra gran parte de lo necesario para su alimento espiritual por internete. Y quien esté acostumbrado a visitar los colmados de libros virtuales reconocerá sin duda esa sensación de verse arrastrado por el ciego consumismo gracias a lo fácil que es ir cliqueando como un descosido, que parece que todo te lo llevas gratis. Sumido en esa vorágine, enfebrecido por los cálculos mentales, conversiones de moneda, retorcidas combinaciones de gastos de envío e intentando recordar como se titulaba esa novela tandeputamadre que recomendaban en aquel foro, quizá alguna vez habrán adquirido algún libro que, al llegar el ansiado paquete a casa, no recordarán haber pedido: "y esto, ¿qué cojones es?".

Esto mismo me ocurrió con "Punktown" recopilación de relatos de Jeffrey Thomas. Repasando la ficha del libro en Amazon lo vi claro: había roto una de mis reglas sagradas cuando compro allí; ni puto caso a los comentarios. Y menos aún a las estrellitas, por motivos obviamente comerciales hay pocos libros que bajen de las cuatro estrellas. Aunque quizá piqué porque lo vendían como algo requetemoderno avant garde de la muerte. O porque ponía punk en el título, yo que sé. El caso es que, como he metido la pata en peores charcos (no será la primera vez que me he llevado a casa libros que había cogido para echarles un vistazo y luego no me había dado cuenta de que los pasaba también por caja) pues no me lo tomé a mal, total, diez euros más o menos en una compra de X (dato que oculto por pudor) no se iban a notar. Y si había suerte hasta el libro era un descubrimiento y podría irme tirando el pisto de connossieur por ahí.

En lo primero que caes al leer la contraportada es que, al estar editado por la prestigiosa editorial independiente Ministry of Whimsy (también responsables de un reciente premio Dick, la interesante "Troika" de Stepan Chapman) dedicada a explorar (según ellos) oscuros terrenos nunca hollados antes en la literatura fantástica postmoderna, crisol de géneros y vanguardia experimental, te clavan dos mil pelas por apenas ciento veinte páginas de nada (para que luego os quejéis de las editoriales españolas). Eso sí, se incluye una agradecida biografía del maquetador, un par de páginas de promoción de la casa, un comentario sobre la tipografía utilizada y un artículo del portadista sobre cómo se curró la cubierta, por si quieres intentarlo en casa. Pero no nos desanimemos y vayamos al grano de una vez.

Los relatos de "Punktown" están ambientados en la ciudad de Paxton (cariñosamente apodada Punktown por sus habitantes) del lejano planeta Oasis, donde conviven cienes y cienes de razas alienígenas en un ambiente de caos urbano que vendría a ser un fresco surrealista a medio camino entre "Blade Runner", la arquitectura orgánica, la nueva carne vista por Giger y la imagineria de El Bosco. Punktown es el patio de juegos de Thomas, lugar donde ha ambientado gran parte de su producción literaria y donde rondan bizarros personajes en un ambiente alucinado, extravagante, aterrador.

Pero una vez puestos a leer, bajo toda esta parafernalia bombástico-publicitaria, nos encontramos con unos relatos de estructura sencilla, muy inspirados en Bradbury. Cuentos de ciencia ficción ultrasoft con pinceladas de terror, melancólicos y sensibles (en una entrevista Thomas declaraba que lloraba con las películas de Disney, uf.) en la tradición humanística que tantos triunfos ha dado en la cf. Es decir, la de extrapolar situaciones y conflictos del mundo contemporáneo del autor a escenarios extraños, llevando dichos conflictos al extremo con el objeto de examinar esas situaciones bajo una luz nueva, y, quizá, reveladora. Pero no esperen aquí las brillantes ejercicios de un Egan o las ideas de un Chiang, por ejemplo, en los que se exprime una situación firmemente enraizada en un concepto científico o filosófico estirándola más allá de la metafísica dura poniéndote el cerebro del revés. No, Thomas va más en una línea bradburiana floja de estética cibergótica, sus extrapolaciones son situaciones y conflictos habituales de nuestra caótica vida moderna apenas disimuladas y fácilmente reconocibles. Historias cotidianas de personajes desamparados y solitarios enfrentados a reveses de la vida. Incluso varios de sus relatos podrían haber funcionado perfectamente sin los ropajes de ciencia ficción.

Así, en "Face" un padre se enfrenta a la enfermedad terminal de su hijo deslizándose por los pasillos brillantes de la desesperación en un centro comercial. En "Wakizashi" se analiza la relatividad cultural cuando un embajador alienígena asesina otros seres vivos para cumplir con unos ritos religiosos imprescindibles para su supervivencia (la del embajador). En "Immolation" se examina un mundo laboral en el que los clones son creados con el objeto de servir como baratas y eficaces manos de obra cual trabajadoresl inmigrantes ideales (eso sí, los sindicatos que aparecen son igualitos, igualitos a los de USA. Y eso que estamos en un futuro lejanísimo de un planeta extraño). Y en la estupenda "The Reflections of Ghosts", donde un artista utiliza clones de si mismo como piezas artísticas, se profundiza en la relación y responsabilidad del artista con sus obras de arte, solucionado con una ingeniosa pirueta sobre como suicidarse y seguir viviendo, dejándose de paso el marrón emocional a uno mismo.

Correctamente escritos pero ligeramente insulsos, son relatos que ni de lejos dan todo lo que prometen (a excepción de "The Reflection of Ghosts"), cayendo incluso en la reflexión excesivamente superficial como ocurre en "Precious Metal", una esquelética puesta en escena robótica del "hoy por ti, mañana por mí" o "The Palace of Nothingness" revisitación de el clásico tema de la casa encantada. Y aunque se esfuerza, no llega al aliento poético y el vuelo imaginativo de un Bradbury. Pero si continúa en la línea marcada por "The Reflections of Ghosts", quizá en poco tiempo podamos hablar de un autor a tener en cuenta.

15 marzo 2005

Nada es real, todo está permitido


Burroughs por Burns

Nada más terminar "Ciudades de la noche roja" de William Burroughs, pensé: "Bueno, esto pongo en la página que no he entendido nada y listo". Pero eso sería traicionar el espíritu de este blog. Aquí se entiende todo y si no, se inventa. Así que, tras días y días de venga a darle vueltas al tarro y perdiendo todo sentido de la vergüenza y miedo al ridículo, le vamos a echar un par e intentar comentar un libro de Burroughs. Y sin mencionar la palabra "alucinógeno". En serio.

Al leer "Ciudades..." me imaginaba inmerso en un pastiche de novela de a duro gay escrita a pachas por unos Hammett, Conrad y Lovecraft de otra dimensión en una casa de la Ciudadela sobre la playa de Assilah durante una semana de vacaciones en Marruecos bien abastecidos con una generosa carga de opio con el objeto de quitarnos por fin la venda racionalista de los ojos. Lo cual es ya un incentivo para cualquiera con dos dedos de frente. Además, es quizá la novela ideal para penetrar (con perdón) la membrana e internarse por el mundo extraño y hermoso de Burroughs. Más accesible que los anteriores experimentos cut and paste (la archifamosa "El almuerzo desnudo") pero aún así más hermosa y extraña que la también soberbia "Yonqui". Porque a pesar de lo muchas veces ininteligible de su narrativa, y lo desagradable que puede llegar a ser, la belleza de las imágenes conjuradas por Burroughs es difícil de igualar. Quizá únicamente dos ilustres admiradores se le han acercado en ese aspecto; James Ballard y William Gibson. Eso, claro, si a uno no le molestan las contínuas alusiones a chicos desnudos, pollas tiesas y eyaculaciones por doquier. Porque la homosexualidad de Burroughs está muy lejos de la afectación sensiblona del tópico gay que se lleva ahora. Afortunadamente.
Y, a diferencia de "Nova Express" o "La máquina blanda", "Ciudades..." es un cebollazo consciente y controlado de pervertidos arquetipos del pulp; Clem Snide, el detective del agujero del culo que practica la magia sexual con su ayudante como técnica de investigación. Hay piratas gays anarquistas en las costas de centroamérica en lucha contra el Imperio de la Cristiandad. Hay ahorcamientos rituales y reencarnaciones entre chorros de esperma. Hay un virus inoculado en nuestra realidad desde la dimensión mítica de Las ciudades de la noche roja, virus que toma forma de un lenguaje proveniente de otro planeta. Hay una revolución en marcha contra la realidad establecida y hay naves espaciales y viajes en el tiempo. Y drogas, claro, un huevo de drogas de las cuales el lenguaje no es la menos importante. Y por supuesto el control social llevado a cabo mediante esas mismas drogas, la fuerza bruta o el lenguaje que nos ata a una realidad limitada a un solo tiempo, un solo espacio, a una moral única. Cristales deformantes que no nos dejan ver que todo es posible, nada es real.

Sintiendo que dicho lenguaje es una cárcel que no nos permite ver lo que hay más allá, un arma de control más en manos del poder, Burroughs retuerce la la novela hasta hacerla estallar en pedazos con el objeto de crear su propio lenguaje capaz de hacerte ver cosas que no habrías podido ni siquiera imaginar antes (es revelador cuando uno de los protagonistas, en pleno viaje astral o del otro, atisba "los barrotes negros de la palabra", quizá dándose cuenta de que no es más que un personaje en una novela, atrapado como nosotros estamos presos de nuestros sentidos limitados). Y lo que comienza siendo una narración más o menos convencional de tres líneas argumentales extraídas de los diferentes géneros de la novela popular (aventuras, policíaco, terror, ciencia ficción...), se va despedazando progresivamente a medida que la rebelión en el ¿cielo?, ¿infierno?, ¿limbo?, de las Ciudades de la noche roja comienza a socavar la base de nuestra realidad. El relato se fragmenta, convirtiéndose en un caleidoscopio barroco donde los personajes, fluidos y cambiantes como gotas de mercurio, rebotan por los laberintos del tiempo y el espacio, un lugar que se extiende interminablemente en todas direcciones, que no puede ser comprendido por el lenguaje tradicional. Hasta que la existencia que conocemos se deshace y el nuevo orden vírico penetra en nuestro mundo liberándose, liberándonos de la cárcel de las palabras en la explosión fulgurante de la destrucción final...

Ejem, vale, lo admito, no me he enterado de nada...

06 marzo 2005

Maison Ikkoku


Haciendo manitas

Acaba de ponerse a la venta por fin el cuarto volumen de la maravillosa "Maison Ikkoku" de Rumiko Takahashi, la serie modélicamente bimestral; este mes no sale, al otro tampoco. Y como Glenat promete que, sí, que ya se recupera la edición regular, este un momento tan bueno como cualquier otro para darles la tabarra con ella.

Mi primer recuerdo de Ikokku es de por allá principios de los noventa, cuando acababan de surgir las televisiones privadas y todavía se consideraba echar dibujos para los críos por las tardes (pobrecillos). Era la época del bum del anime en las teles, os acordaréis; Bola de Dragón, Campeones, Bateadores... (es que enternece y todo recordarlo). Y una perla rara a las seis de la tarde en Antena 3; "Juliette, Je t´aime".

Lo primero que me llamó la antención al pasar por delante del televisor fue que salía una señorita bolinga y semidesnuda en negligé. Así que, consultando el reloj para confirmar si aún estábamos a media tarde (eran otros tiempos), me quedé un rato a ver la serie por puro interés sociológico, me preocupaba que nuestros indefensos infantes pudieran llegar a contemplar según que cosas. Y lo que parecía un despendole no era más que un divertido culebrón romántico de libro en el que destacaba una caterva de secundarios enloquecidos a cada cual más demencial. Así que me fui enganchando, interesándome por los personajes, medio cuadrando la historia. Hasta que, vaya, apenas dos semanas después la serie terminaba.

Por aquella época Planeta comenzaba a publicar los primeros mangas en España a rebufo de "Bola de Dragón". Un poco a voleo se iban editando aquellos cuadernillos de tapas de cartón, tamaño comic book (era una época en que se creía que todo lo que saliera en formato comic book iba a vender por cojones, digooooo, por formato. También enternece lo suyo acordarse). Series horribles casi todas, excepto "Mai la chica psíquica". Luego, al calor del anime televisivo, apareció otra serie aprovechable; "Ranma 1/2". Y cuando leí el primer número de este tebeo en casa de un amigo me aticé un golpetazo en el cabezón: "Joé, ¡¡¡la tía que dibuja esto es la de la Julieta aquella!!!"



Sí, "esa tía" era la legendaria mangaka Rumiko Takahashi, la misma que había creado a la Julieta aquella. Que no se llamaba Julieta, por cierto. En fin, me enganché al delicioso culebrón de batalla de sexos (en el más estricto sentido de la palabra) que era Ranma y por los correos al fin me enteré; Julieta tenía por nombre un más nipón Kyoko y la serie aquella de la que tenía un fugaz y estupendo recuerdo se llamaba en realidad "Maison Ikkoku". Y aprovechando el éxito de Ranma, Planeta editó Ikkoku con el nombre de la serie televisiva en castellano; "Juliette Je t´aime" (como si alguien fuera a acordarse todavía).

La cosa duró siete números en aquel formato horroroso comic book de apenas cuarenta y ocho páginas con tapa de cartón. Y no tuvo mucho éxito, ni entre los otakus que la encontraban simplona, demasiado adulta. Así que los ikkokufilos nos quedamos a verlas venir y tuvimos que contentarnos otras obras de la Takahashi a falta del santo grial que llevarnos a la boca. Excelentes casi todas: "La tragedia de P", "One Pound Gospel", "Uno o dos"...

Pero aún así se notaba cierto run-run respecto a esta serie de culto con sus respectivos fans de culto, que, por ejemplo, editaban artesanalmente aquellas cutres ediciones piratas de tapas amarillas que iban saliendo a la luz de vez en cuando. Y, por fin, Glenat, que se había hecho con otras obras de la Takahashi como la edición completa de "Ranma 1/2", nos hizo inmensamente felices; saldría "Maison Ikkoku" en tomazos, orden de lectura japonés (ay), una edición como Dios y la Takahashi mandan.


Y a usted, querido lector, que si no ha abandonado por desesperación la lectura de este post ya estará bufando, pensará; "Vale pesaooooooo, ¿y de qué coño va el tebeo éste?", le aclaramos el tema. En sencillitas palabras; "Maison Ikkoku" es nada menos que uno de los mejores tebeos japoneses que se hayan publicado jamás en España (con perdón de "Dr. Slump"), la comedia romántica de nuestra vida, la felicidad hecha tebeo. La historieta que demuestra que las historias las hacen los personajes y que, en la sencillez está la verdad. Y divertidísima de leer, vamos, graciosísima, el tebeo que siempre recuerdas con cariño y una sonrisa.

El planteamiento es, engañosamente, muy simple. A una casa de huéspedes llega una nueva administradora, joven, guapa y viuda. La casa en cuestión es un gallinero demencial compuesto de los mejores secundarios vistos en un tebeo en mucho tiempo: Godai, un estudiante fracasado y capullete, Mr. Yotsuya, un tipo misterioso y gorrón, una camarera pendón llamada Akemi, la señora Ichinose, una mujer de mediana edad, bebedora, cotilla y con un agudo punto de sabiduría popular y su hijo pequeño Kentaro. Todos ellos gustan de reunirse en la habitación de Godai a celebrar fiestas, gorronear, emborracharse y putearle en general. ¿Y cuál es el conflicto?. Evidentemente, el cateador se enamora de la administradora, un amor aparentemente imposible. Y nosotros asistimos a la evolución de su relación en capítulos cortos que van enriqueciendo la historia, un clásico culebrón romántico trufado de los habituales equívocos, dudas, temores, si, no, me quiere, no me quiere, añadiendo matices del pasado de los personajes, de su personalidad, de la de los secundarios, construyendo un panorama coral de deliciosa cotidianeidad.



Y como esto es un tebeo japonés, la tensión amorosa se estira durante tomos y tomos (diez) enredando la trama hasta el agónico final, añadiendo nuevos giros argumentales en una apabullante exhibición de técnica y recursos narrativos con la mínima cantidad de elementos posibles. La capacidad inagotable de Takahashi y sus ayudantes para fabricar un tebeo divertidísimo de gente hablando en una habitación, de crear situaciones con apenas media docena de elementos sin ser repetitivos, es deslumbrante. Aún así, poco a poco, se van añadiendo personajes a la fórmula; la abuela de Godai, Mitaka, un profesor de tenis que configura el inevitable triángulo cateador-casera y otras muchachas que se enamoran de Godai o Mitaka, convirtiendo el triángulo en cuadrado, en pentágono... Todo con exquisito cálculo, de una narrativa tan fluida que ni se nota.



Y al final la comedia romántica se revela como la historia de nuestro cateador-alter ego, un muchacho que va creciendo y haciéndose un hombre poco a poco y a duras penas, como un Peter Parker japonés y sin poderes (la comparación no es gratuita, Takahashi se declaraba fan en su juventud del "Spiderman" de Ryoichi Ikegami). Incluso el cachondeo se ve puntuado por detalles emotivos que invitan a la reflexión sobre la naturaleza del amor y las relaciones personales. Aunque es una historia que Takahashi viene contando en casi todas sus obras con diversas variaciones, es en Ikkoku donde más cerca está de la perfección: menos enloquecida que "Lamu", más sólida y menos repetitiva que "Ranma 1/2", más enjundiosa que la también magnífica "One Pound Gospel". Y así, con la modestia que da la sencillez, "Maison Ikkoku" se alza como la comedia romántica perfecta, lo que todos querríamos que hubiera sido la historia de nuestra vida.

03 marzo 2005

El tiempo del lobo



Michael Haneke se ha convertido en un director fetiche en esta casa desde que visionamos su penúltima película, "La pianista". Deberían vernos, a la santa y a mí, con los ojos como platos con la historia de aquella profesora de piano aparentemente normal pero aterrada por la vida, obsesionada en secreto por el sexo enfermizo, sólo capaz de sentir a través del sufrimiento y el dolor inflingido sobre ella misma y los demás. Menuda velada inolvidable pasamos entre exclamaciones tales como; "hala, ¿¿¿¿pero qué haceeeeeee???" en la famosa escena de la hoja de afeitar en el contexto íntimo de un cuarto de baño, "está tía está pirada" (cada dos por tres). O el ya legendario "¡¡¡QUE LA VIOLA!!!" cuando la protagonista se abalanza en plena noche sobre su pobre madre con la que comparte cama, en busca de algún consuelo y calor humano (suponemos). Como ven nuestra manera de entender el cine no dista demasiado de aquellos parisinos de principios de siglo que salían en tromba de la barraca de proyección creyendo que iban a ser arrollados por la locomotora que aparecia en pantalla. Y no menos satisfactoria que la película fueron las noches cerrando el bar del Círculo de Bellas Artes al calor del pacharán, discutiendo a voces sobre la película de marras. Sí, somos unos pijos.

Así que cuando me enteré que la última película de Haneke, "El tiempo del lobo" era de ciencia-ficción catastrofista, no pude evitarlo. Este "mostro" y mi género favorito felizmente unidos a través del séptimo arte, esto era de visionado obligatorio. Así que, tras tres semanas de paciente descarga, nos preparamos concienzudamente para otra intensa velada de cine culto e intelectual (nos pusimos el pijama y nos plantamos un buen café).

"El tiempo del lobo" está ambientada en una Europa de un futuro indeterminado en el que algún tipo de catástrofe que desconocemos provoca la huida de la población urbana hacia el agro. La acción se centra en una familia que, al llegar a su casa de campo, la encuentra ocupada por un matrimonio armado que les despoja de todas sus posesiones y a partir de ahí peregrinan buscando sin éxito ayuda por los pueblos cercanos hasta llegar a una estación en la que se hacinan los refugiados con la esperanza de que llegue un tren y se los lleve al norte, lejos del caos y el desastre que ha destruido la civilización y sus vidas de paso.


Si hay una idea que Haneke tiene clara es que la sociedad occidental se autoengaña con ilusiones de moral, bondad, solidaridad y demás chorraditas bienintencionadas que, cuando las cosas se ponen difíciles caen en jirones como una piel seca que diera paso al pelaje del lobo. Esta es la tesis y la película se estructura en base a ella. La familia protagonista sigue su particular via crucis, cargando con la cruz de unos valores de clase media que ya no sirven en un mundo asolado y desierto por el que están condenados a vagar. Pero Haneke, a diferencia de un Von Trier que se hubiera regodeado en putear a los protagonistas hasta lo indecible en su línea de drama para hacer de reír, opta por una contención de mal rollo, construida a base de detalles sutiles que van machacando a los miembros de la familia (el caso casi anecdótico de la mascota del chico pequeño, un periquito que muere, es especialmente tremendo en su sencillez y resonancia). Los personajes contienen sus emociones, aún devastados por dentro, incapaces de explicarse lo que ha sucedido, colapsando como estrellas agonizantes y alejándose unos de otros hasta que, finalmente queda destruida la unidad familiar e incluso, la cordura.

Asimismo las relaciones entre los refugiados en la estación de tren se desarrollan sobre un estado de violencia latente y contenida; el sexo como mercancía, el seguimiento borreguil ante cualquiera que se arrogue de cierto poder, el mercadeo bajo la presión del fusil apuntándote, el consenso destruido cuando desaparece el bienestar económico, los ajustes de cuentas, la religión irracional más cercana al cuento de viejas como clavo ardiendo al que aferrarse como última esperanza y vía de escape... Y el tren como gran metáfora de un tiempo mejor que no va a venir, de una esperanza inútil. Todo de una contención encomiable, sin estridencias pasadas de rosca, más cerca del mal rollo que del dramatismo, subrayado por una tenebrosa sobriedad visual, tremendamente seca y áspera pero hermosa a su modo.


Pero yo tengo un problema con esta película que he de explicar haciendo un pequeño rodeo, me disculparán. Hay un libro de Robert Merle, "Malevil", en el que se examina la reorganización social tras un desastre nuclear, llegando a interesantes conclusiones sobre lo absurdo de la propiedad privada y sentimental en comunidades pequeñas, de la necesidad de la religión y las nuevas relaciones sociales planteadas en una situación semejante, mucho más allá del habitual (y quizá simplista) "el hombre es un lobo para el hombre". Porque el hándicap de ésta película es que, bueno, pues ya sabemos que cuando nos ponemos los seres humanos somos unos cabronazos, que en la opulenta sociedad occidental vivimos sobre una capa de hielo finísima, que en cualquier momento podemos caer en el vacío y el caos que otros sufren continuamente en otros lugares del mundo. Y que probablemente no podríamos soportar esa caída. Incluso no hace falta llegar al extremo de un desastre universal para comprobarlo, con mirar un poco alrededor (no mucho) basta. Sin embargo como el interés de Haneke se queda ahí, la tesis se agota rápidamente, el desarrollo de la situación planteada no va más allá y el film resulta insatisfactorio, como un orbitar errático de personajes abatidos como asteroides helados y secos perdiéndose en la negrura.

01 marzo 2005

The End


A ver todos juntos... ¡PATATAAAAAAAAAAAAA!

Pues ya está, ahora sí que termina el viaje, el tren vuelve a casa. Después de un mes más o menos viviendo casi de prestado, la página naranja por excelencia, Cyberdark.net, cierra esta noche a las 23.59, tras algo más de cinco años de existencia. Así termina la historia de la, seguramente, web sobre literatura de género (terror, fantástico, ciencia ficción) más importante de la historia de la red española y mundial ya puestos. Un lugar que ha supuesto un cambio crucial en la forma que el fandom tenía de relacionarse con su afición, favoreciendo una relación fluida e inmediata entre editores, lectores, críticos, libreros e incluso escritores. Y que albergó uno de los proyectos más ambiciosos emprendidos en la red: una base de datos con fichas de todos los libros publicados en España en cuanto a literatura de género se refiere. Que se encontraba en constante expansión gracias al esfuerzo de los bibliotecarios y que admitía las opiniones de los usuarios de la página, recurso utilísimo que permitía al visitante formarse una opinión ajustada sobre una obra determinada.

Mi historia con la página será parecida a la de cualquier otro usuario, que tendremos cientos de historias intercambiables pero únicas. En mi caso simplemente fue hace un par de años por afán pecuniario, tenía unos libros de los que deshacerme y google mediante, pues... Y no recuerdo si vendí alguno, pero de lo que sí me acuerdo es de tirarme toda la tarde y parte de la noche enganchado. Aquello era la gloria inagotable: ¡una base de datos con todos los libros de cf publicados en España! y con opiniones. Y unos foros que era como atravesar el espejo para perderse y no volver a salir...

Era irresistible, así que poco a poco me fui involucrando, participando en los foros, dejando algunas (pocas) opiniones en la biblioteca (entré como un elefante en una cacharrería con mi primer churro sobre "Muerte de la luz" de Martin, recuerdo una persona en concreto que no le hizo mucha gracia la opinión que solté, quien diría que al cabo del tiempo...). Hasta que la página se va integrando como una parte más de tu vida, una parte sumamente agradable. Conociendo gente con la que coincides en gustos, con la que intercambias opiniones, elemento enriquecedor que quizá sea un placer tan grande como la misma lectura. Anda que no había tardes en las que venía de trabajar y pensaba ya con ese gustillo que te da tener por delante un rato agradable; "ahora un café, me pongo música y entro a la página". Y hasta se convirtió en una adicción, pues cuantas veces me habré conectado recién levantado en pijama y con el café del desayuno a horas incluso bastante intempestivas (sí, sí, no sois los únicos). En fin, de todo, acumular tics como un gruñón (en mi caso saltar cada vez que se mencionaba "Neuromante" para mal. O desbarr... digoooo, teorizar sobre el punk), descubrir escritores, tebeos o películas gracias a otros foreros, los memorables charlones sobre libros que me gustaban, colgar kilométricas reseñas en el grupo de Viñetas, conocer en persona a algunos compañeros foreros (a pocos, siendo como uno es, patológicamente tímido), las primeras colaboraciones, o ver mi nombre firmando reseñas sobre escritores tan queridos por servidor como Jonathan Carroll o Jim Ballard.

Y cuando más felices éramos, David Fernández, el fundador y cerebro de la página, decidió cerrar el paraíso. Aunque desconozco exactamente cuales fueron sus motivos, le entiendo, no me quiero imaginar lo que tiene que ser llevar una página y soportar todo tipo de pelmazos y maleducados, por no hablar de los malos rollos que, inevitablemente, siempre surgen en todos los fandoms que en el mundo son. No se le puede dar otra cosa que las gracias, no nos debe nada y nosotros se lo debemos todo. Y gracias al Cyber y a mucha gente que conocí allí existe esta Estación. Así que mañana por la mañana cuando, nada más llegar al curro me conecte a la página y ya no estén los foros con ese interminable y reconfortante parlotear de gente comunicándose, ni los grupos, ni los mensajes, no me entristeceré, porque habrá algo quizá más importante; un mapa de las nuevas estrellas, relucientes y jóvenes surgidas de la explosión del universo naranja.

De ahora en adelante sigan visitando el Cyber, como si fuera una terminal espacial les guiará hacia mundos que merecen mucho la pena. Foros como Sedice, trasvase del sistema cyberdark, el elegante Estación de nieblas de la sección asturiana o Atlantea, foro del sur... Y por supuesto, la Biblioteca (así con mayúsculas) que seguirá mantenida por el grupo de Conseguidores y donde se continuarán publicando especiales, entrevistas y artículos, salvándose así el núcleo duro y el elemento quizá más importante de la página.

O los blogs, cómo no, que han surgido al calor de la supernova; como el del "aburreovejas" Nacho, donde podrán leer acertadas reseñas, argumentadas como dios manda, estupendamente escritas y tremendamente amenas de leer (amos, todo lo contrario que aquí). Y encima siempre acierta el tío, si le gusta tengan por seguro que es bueno, además, como es honesto, no les recomendará una de esas macarradas de David Weber que le molan. O el de hartree, compañero del grupo Versión Original, en cuya página reseña exhaustivamente, con excelente criterio, las novelas de fantasía (principalmente) que más ruido hacen en el mundo editorial extranjero. Y que luego ustedes leerán partidas en tres o más partes (bitácora perfecta para estar puesto, al día en literatura fantástica y tirarse el pisto entre los amigotes). O The Black Daily Cebolleta de ese gato grande y negro que es blackonion. O los despachos desde Berlín de Xoota (que no procede exactamente de la diáspora Cyberdark, pero como le conocí allí se siente ;)), un estudiante de filología aficionado a los tebeos (menudas gangas a 1 euro que encuentra...) entre otras muchas cosas. Y los que se me olvidan y los que espero, que, a partir de mañana, sean muchos más.

Gracias Cyber, ha sido todo un placer.

Cinco novelas de 2023