29 julio 2005

Pattern Recognition: el futuro obsoleto



Hubo un tiempo en el que, cuando veía una nueva novela de William Gibson en la librería, sabía que debería posponer todos mis planes para esa tarde. Cosa que me ocurrió desde el mismo momento en el que leí "Neuromante" una tarde de domingo, después de adquirirla cegado por la crítica y posterior entrevista que Jacinto Antón le realizo al ídolo en El País (por cierto, que grande Jacinto Antón, no sólo me descubrió a Gibson sino también a Gene Wolfe y otros. Por no hablar de sus maravillosos artículos sobre arqueología o viajes decimonónicos).

El caso es que cuando cerré la novela, fue como si me arrancaran de un mundo que realmente existía, las neuronas felizmente intoxicadas por esa prosa de alta densidad poética en la que la acumulación de detalles te sumergía en un mundo naufragado donde la naturaleza había sido sustituida por una tecnología que, en las manos de Gibson, se convertía en algo mágico y misterioso. Luego vinieron las secuelas, perfeccionamiento y pulido de los conceptos manejados en "Neuromante"; "Conde Cero", leída de un tirón una noche de Navidad. Y "Quemando cromo" y "Mona Lisa Acelerada", que adquirí yendo con la idea de comprar una entrada para no recuerdo ya que concierto. En fin, después de esta confesión se estarán explicando ustedes muchas cosas...

Pero toda historia de amor entre un lector y su autor favorito tiene un final. Y este final se estampó contra mi cara con la desastrosa "Luz virtual". La supernova deslumbrante de cromoblablabla que supuso la trilogía del Sprawl había degenerado hasta convertirse en la ratonera sintonía de un programa televisivo de tercera como muy bien escribía Albert Solé en su crítica de la novela para Gigamesh. Rutinaria, vulgar, plana, aburrida a pesar de los fallidos toques de humor, no podía creer que aquel fuera Gibson, mi Gibson, el Gibson de "Neuromante" o "Conde Cero". Más tarde aparecieron "Idoru" y "Todas las fiestas del mañana" que redondeaban la maltrecha trilogía del Puente. Aunque mejoraban con respecto a "Luz virtual" (sobre todo "Todas las fiestas..." formalmente una de las mejores novelas de ciencia ficción de los noventa), Gibson había perdido mucho encanto, los argumentos eran ya demasiado repetitivos, irrelevantes y mal rematados. Y sobre todo se había perdido la energía punk, la melancolía por un futuro devastado, la magia que galvanizaba la trilogía del Sprawl.

Llegué a la conclusión de que se acabó Gibson para mí. Pero como uno ya está mayor para numeritos de "matar al padre", me lo tomé como la consecuencia lógica de la amplia fama mediática de Gibson; los devaneos con Hollywood y sus guiones espléndidamente pagados pero nunca rodados, el star system pop (vampirizado por U2 o Bowie por ejemplo) y un amplio reconocimiento como gurú y miembro del "quién es quien" de una nueva cultura "ciber" (un abanico que iba desde la revista "Wired" hasta Chris Cunningham) habían perjudicado su capacidad creativa. Hasta cierto punto es lógico y normal, una persona feliz, reconocida, rica y famosa no puede escribir "Neuromante".

Así que cuando supe de la edición de "Pattern Recognition" (reconocimiento de pautas, retitulado en la edición española como "Mundo espejo") no me apresuré en absoluto a comprarla. Simplemente, pasado un tiempo me lo pillé por curiosidad, como si fuera el disco de reunión de un grupo que te ha apasionado en la adolescencia, para ver si, perdida ya la emoción de antaño, al menos conservan la dignidad. Y sí, Gibson, aunque no volverá a ser el de antes, al menos mantiene el tipo y sabe perfectamente donde está y hacia donde se dirige.

En fin, pasemos por el trámite de contarles el argumento. Cayce Pollard, una trabajadora freelance (autónoma, vamos) que reacciona a las marcas comerciales de éxito con brutales ataques de ansiedad, trabaja reconociendo las pautas de las modas con viabilidad comercial para ponerlas en manos de las compañias que sacarán el oportuno beneficio económico. A la vez, se ocupa de valorar si los logos e imágenes corporativas funcionarán en la psique del público tras pasar por su delicado sensorio, como si se tratase de un papel tornasolado infalible para el éxito mediático. Pero además Cayce es fanática del Metraje, una serie de cortes cinematográficos de una pelicula de autor desconocido que alguien cuelga en la red. Dicho metraje ha generado un culto de aficionados en internet que, por supuesto, discuten en un foro las posibilidades de la película. Y entonces, durante una estancia de trabajo en Londres, contratada por la empresa de marketing Blue Ant y después de una serie de inquietantes casualidades, Hubertus Bigend, el dueño de Blue Ant, le encarga a Cayce que encuentre al creador de dicho Metraje, interesado en las posibilidades que le ofrece al mundo del marketing esa nueva manera de distribuir y publicitar una película.

Lo primero que hay que matizar es que Gibson ha dejado de escribir ciencia ficción. La acción transcurre en el presente de 2002. Pero aún así, durante el primer tercio de la novela uno no deja de percibir cierta sensación de extrañeza ante un panorama de nuevas (y casi absurdas) profesiones surgidas al calor de las nuevas tecnologías, la omnipresencia global de las marcas comerciales y las franquicias, las subculturas obsesionadas con los más absurdos artefactos y aficiones que encuentran en la red, aglutinante global de información, el lugar ideal donde prosperar. Por no hablar de los terremotos geopolíticos y la desagradable sensación del presente como un lago de arenas movedizas en el que, en cualquier momento, podemos desaparecer sin dejar rastro. Y aquí está uno de los temas fundamentales de la novela, quizá la clave que impulsó a Gibson a abandonar la cf en su sentido más clásico y a buscar una nueva ciencia ficción para el siglo XXI. Como explica el propio Hubertus Bigend en la novela;

"Por supuesto, -dice-, ahora no tenemos ni idea de quiénes o qué podrían ser los habitantes de nuestro futuro. No en el sentido en que nuestros abuelos tenían futuro, o creían tenerlo. Imaginar un futuro completo es cosa de otro tiempo, un tiempo en el que el "ahora" tenía una duración mayor. Para nosotros, por supuesto, las cosas pueden cambiar tan bruscamente, tan violentamente, tan profundamente, que futuros como los de nuestros abuelos, tienen un "ahora" que no basta como base. No tenemos futuro porque nuestro presente es demasiado inestable (...). Sólo tenemos la administración del riesgo. Los cambios de escenario de cada momento. El reconocimiento de pautas."

Para cualquier lector no familiarizado con la ciencia ficción, este sería un acertado charlón sobre la situación vital del habitante de principios del nuevo milenio, un lugar de cambio constante, volátil, donde no hay certeza donde asirse para sentirse seguro. Pero para los aficionados es también una importante declaración sobre el género. Está claro, para Gibson, ya no tiene objeto especular con un futuro más o menos plausible si es muy probable que cuando queramos mirar ya nos hayan retirado el presente, como si de una alfombra se tratase, de debajo de nuestros pies (con el talegazo consiguiente).

Es el culmen de un progreso iniciado en "Neuromante" y la trilogía del Sprawl, novelas enfocadas en el concepto de "cambio". En ellas, un hecho importante, la unión de dos IAs, transformaba el ciberespacio, es decir, el mundo, en algo totalmente distinto a lo conocido hasta entonces. En "Pattern Recognition" el cambio ya es un hecho continuo, diario, impredecible, que ha convertido el presente en un lugar caótico. Donde sólo nos queda el reconocimiento de pautas que pongan orden en ese sindiós. Así, la ciencia ficción sufre un cambio sustancial; ya no extrapolamos un futuro desde un presente, sino que se observa el presente desde el extrañamiento para entenderlo mejor.

Este reconocimiento de pautas es constante en la obra incluso a nivel formal. Es la primera novela, después de "Neuromante", en la que se utiliza un único punto de vista. Gibson se molesta en diversas ocasiones en aclararnos que Cayce se pronuncia "Caise", al igual que Case, el antihéroe de Neuromante. Incluso en un momento de la novela, Bigend piensa que Cayce se escribe como "Case". Por otra parte, la trama es calcada a una de las líneas argumentales de "Conde Cero" donde Marly Kruskhova era contratada por el magnate Virek para encontrar a un artista que había puesto en circulación cajas de Cornell apócrifas. Pero en este caso Cayce, a diferencia de Marly sufre un cambio personal en su aventura y reconoce una pauta importantísima y fundamental a la que asirse; la del sufrimiento humano que une al autor del metraje con Cayce y millones de seres humanos en su misma situación.

Después de todo este rollazo incomprensible, incluso gratuito, y si no se ha pirado usted a otro blog más entretenido, por no decir más breve, estará preguntándose, ¿bueno y la novela está bien o es un coñazo o qué?.

Pues como decirlo..., está bien con reparos. La intriga, en el estilo clásico gibsoniano (novela de espías global con múltiples cambios de escenario al estilo de Le Carré) es entretenida y se sigue con agrado e interés. Las ideas vertidas, como hemos visto antes, son de calado, la inventiva de Gibson, la intensidad y agudeza de su mirada y el ritmo de su prosa te guía a través de cuestiones claves de la cultura contemporánea en la que estás inmerso como si fuera un tren atravesando ciudades inmensas, abarrotadas de información. Uno se ve reflejado en un mundo de foros, correos electrónicos, información al instante, lugares distantes al alcance de meras horas, subculturas otakus, artistas locos... La resolución del misterio del Metraje es satisfactoria y emotiva, al contrario de lo que venía ocurriendo en los absurdos finales anticlimáticos de la trilogía del Puente. Y uno de los fuertes de Gibson, su amplio y agudo conocimiento de la cultura popular es tan acertado como siempre (por fin alguien le da su merecido a la horrorosa ropa de Tommy Hilfiger o Ralph Laurent. Y un fanático del Spectrum como yo no puede sino sonreírse ante esos entrañables Sinclair ZX81 que aparecen).

Sin embargo la clásica técnica termita de Gibson, consistente en ocuparse de los detalles en vez de buscar una visión de conjunto con el objeto de lograr esa sensación de inmersión y a la vez de extrañeza de ese mundo que está ahí pero que no nos paramos a contemplar, puede llegar a ser cansina. Seguir a Cayce en un continuo deambular por países, aeropuertos, tiendas, restaurantes, cafeterías, franquicias, calles, hoteles, haciendo cosas como comprarse sandwiches o cortarse el pelo no sería de extrañar que crispase a muchos lectores. La misma Cayce no es un personaje demasiado interesante, ni con demasiado carisma, repitiendo jugada con aquel Case (case, casey = caja, estuche, entre otras acepciones), un personaje baúl, casi vacío como si fuera la pieza ausente en el rompecabezas de la novela, el hueco en un mundo que les resulta ajeno. Por eso mismo los intentos de darle profundidad, como el recuerdo de ese padre muerto en el 11/S, que revolotea insistentemente por la novela no acaban de cuajar. El resto de personajes resultan igualmente faltos de carisma, de cierta locura que los hiciera más interesantes, al contrario de lo que ocurría con los personajes de la trilogía del Sprawl, que quizá parecían sacados de un pulp barato pero resultaban más divertidos. Paradójicamente el personaje más interesante es el autor del Metraje que no aparece en ningún momento. Por otro lado el estilo continúa abundando en una alta densidad de información típica de este estilo termita, pero ahora despojado de la lírica de sus primeras novelas, consciente Gibson de que ya es innecesaria. Ahora es el estilo de un concienzudo observador, eficaz y preciso, lejos ya de aquel estilo mágico que condensaba el misterio y la melancolía de un futuro devastado.

Así, liberada de todo ropaje nostálgico por un futuro que ya no existe, el aunténtico poder de la ciencia ficción queda al desnudo; una útil herramienta para analizar el presente, la realidad que nos rodea y, por supuesto, en que situación queda la condición humana enmedio de todo este mogollón. Que esta declaración de intenciones la haga Gibson escribiendo una novela de "literatura general", fuera de las colecciones de la ciencia ficción, debería hacernos pensar sobre cuál sería el futuro más deseable para el género.

28 julio 2005

La música de las esferas



Vía la bruttolista me entero que en la página web de la NASA (sí, ese tipo de páginas que todo el mundo almacena en favoritos pero que nadie visita) acaban de colgar el sonido de las emisiones de radio de Saturno, tal y como fueron captadas en el 2002 por la misión Cassini-Huygens al gigante gaseoso. Dichas emisiones se producen por auroras boreales en los polos del planeta, fenómenos muy similares a los producidos en la Tierra.

Siendo Saturno mi planeta del Sistema Solar favorito (sí, tengo planetas favoritos, ¿qué pasa?), no he podido sino lanzarme a escuchar la música de las esferas soñada (e incluso esbozada) por Kepler en su Harmonices Mundi (perdón, tuve una infancia marcada por el "Cosmos" de Carl Sagan). Y vaya, uno esperaba que Saturno sonara como un amenazador coro de Arcángeles o, por lo menos, como Esplendor Geométrico con estática de fondo. Pero no, las emisiones de radio están más cerca de un experimento de la prehistoria de la música ambient que de otra cosa.

Pero lo que es más curioso, escuchando a Saturno (o sus emisiones de radio más exactamente) lo primero que me ha venido al cabezón ha sido el theremin y las melodías de electrónica primitiva que acompañaban las imágenes del clásico "Planeta prohibido". Es decir, Saturno suena talmente a película de ciencia ficción de los años cincuenta, para más inri. Así que no puedo evitar preguntarme... si tradicionalmente ha sido la imaginería popular la que ha dado forma a las visiones de iluminados, santos, eremitas y fanáticos del fenómeno OVNI, ¿no estaremos dando forma a todo el universo que nos rodea, sin darnos cuenta del engaño por la confianza fanática que depositamos en nuestras máquinas?.

Sea como fuere, aunque los extraterrestres al final sean verdes, cabezones y con antenas (o peor aún, como E.T.), el intenso sentido de la maravilla imaginando como debe ser flotar en la órbita de Saturno acompañado de su música, no me lo va a quitar nadie.

20 julio 2005

La música de las fábricas abandonadas



Hace unas semanas bajamos a Madrid durante un par de días por motivos familiares y, ya que estábamos, darnos un homenaje metiéndonos entre pecho y espalda unas bravas con oreja, grasientas como sólo las saben hacer en el Callejón del Gato (y luego postre y café al lado, en la cafetería Suiza de la Plaza de Santa Ana). El caso es que, para no sentir que vivimos exclusivamente para darle gusto al estómago, buscamos una excusa cultural con la que ganarnos la bendición de nuestras conciencias y atiborrarnos sin remordimientos de castizas guarreridas de comer.

Así que, Guia del Ocio en pantalla arrastré a la sufrida con la milonga de la cena a la exposición fotográfica de Berdn & Hilla Becher que se celebraba (y aún se celebra hasta el 7 de agosto) en la Gran via (Centro de Arte de la Fundación Terrorfónica). Y como ya habrán adivinado los más espabilados después de ver la foto de arriba, B&H se dedican exlusivamente a inmortalizar edificios industriales abandonados; altos hornos, minas, depósitos de agua, pozos, silos..., ruinas del futuro amenazadas por el desguace y el óxido. Una atrevida idea para el panorama artístico de finales de los cincuenta, originada durante la infancia de Bernd (cómo no) en la ciudad minera alemana de Siegen, que se vio lentamente desguazada en un proceso temprano de reconversión industrial.

Uno no gana para rarezas pero no puedo evitarlo, me tiraría horas vagando por lugares abandonados; las fábricas, las naves industriales, los depósitos cubiertos de carteles anunciando circos del invierno, las estaciones de tren del fin del mundo. Son lugares sin tiempo, donde todo termina, que nos permiten vislumbrar el presente desde un futuro inmutable e indiferente, a la vez que sirven de mapa de nuestro paisaje interior. Son como esas plataformas de lanzamiento de cohetes roídas por el óxido o esos hoteles de piscinas vacías de los relatos de Ballard; ideogramas de un alfabeto que parece creado exclusivamente para codificar el lenguaje de la memoria y la melancolía. Además, como lector de ciencia ficción, estas ruinas que legamos al futuro me recuerdan los paisajes de la inmensa ciudadela de Nessus de Gene Wolfe o el Viriconium de Harrison, lugares extraños, mágicos y misteriosos.

En las fotografías de B&H, los edificios aparecen desnudos ante el ojo, en blanco y negro, sobriamente expuestos como en el catálogo comercial de una subasta de desechos inmobiliarios. Combinados tanto en cuadrículas o, como en las impresionantes instantáneas de altos hornos, en una única fotografía de una bestia furiosa y dormida, la sencillez en la presentación agudiza aún más esa sensación de estar ante las silenciosas ruinas de un futuro que ya no nos recuerda.

En fin, que si pasan por la amada capital, échenle un vistazo, es gratis y merece la pena. Y el Centro de Arte con su Museo de las Telecomunicaciones también es interesante. Y si no están tan locos como para andar por Madrid en pleno julio-agosto, pueden hacer una sencilla búsqueda en el Imágenes de Google para degustar diversas muestras del arte de esta pareja (pongan "Bernd Becher" simplemente). Y si les quedan ganas aún hay más locos de las fábricas abandonadas como Industrial Night And Magic sobre una Europa industrial (y su mano de obra) que desaparece (no se pierdan el tour nocturno en la planta de Zollverein). O el más lírico Alexey Tikhonov (ese barco varado en las tripas de una fábrica desguazada es irresistible). Por no hablar de Abandoned Places. Porque si algo bueno tiene internet es que, por muy rara que sea tu obsesión, siempre encuentras a alguien que la comparte.



Actualización

Heiko Hebig de Industrial Night And Magic enlaza las fantásticas fotografías de Alexey Tikhonov via este su blog. Nada más comentarles que Heiko también mantiene un blog con estupendas fotografías de maquinaria en vías de extinción que merece mucho la pena para quien guste de estas cosas.

15 julio 2005

Lecturas saloneras (II)


Narciso Bello, un bon vivant.

Vale, sí, volvemos a las andadas; un porrón de días sin actualizar. Y es que el traslado de mi medio y hábitat natural (Madrid) y posterior injerto aquí (León) me está sentando fatal.

Inmerso en la apatía veraniega no hago más que recordar veranos con doce años leyendo sin parar y merendando bocadillos de salchichón con mantequilla (puagh, algún día escribiré algo sobre comida y libros). Cuando cuatro meses de vacaciones eran una gran balsa atiborrada de libros y tebeos bajando perezosamente por el río Yann. Ahora sin embargo es la gran meseta de Leng, pedregosa e inhóspita donde un mago con una máscara de seda amarilla me tiene atrapado, hechizado, apático, hastiado y aburrido, incapaz de hacer nada. Coño, que estoy muy vago.

En fin, basta de lirismo que me estoy empezando a dar un poquito de asco. Cinco lecturas tebeísticas a ratos perdidos (el desayuno y el váter, entre tareas domésticas, dan para mucho si se sabe uno administrar).



Cycloman de Charles Berberian y Gregory Mardon. Ponent Mon

Berberian, guionista de "El señor Jean" entre otras cosas, se divierte con su afición a los superhéroes insertando respetuosamente la idiosincrasia de los tebeos de género en un ambiente que mantiene las constantes de su obra. Emile, un pringadete rozando la treintena que se dedica a opositar (o sea, a no hacer nada con una buena excusa) y a quien le aterra el compromiso con su novia/amiga, encuentra por casualidad un armadura superpoderosa. A partir de ahí desarrolla una comedia superhéroica-costumbrista con interesantes ideas (ese traje inmenso por dentro que se convierte en una especie de mecha japonés o esos típicos momentos Peter Parker vistos desde una óptica de tebeo francés). Correctamente resuelto, mi problema no acabo de entrar en este tebeo porque el tema de los veintimuchoañeros reticentes al compromiso que lo superan, al fin se hacen mayores y maduran (en este caso gracias a un traje de superhéroe, irónicamente todo lo contrario que ocurre con los superhéroes americanos que gracias a su condición se pueden permitir no crecer jamás) no me interesa demasiado aunque reconozco que no es más que un prejuicio personal (lo siento, madurar como lo entiende Dupuy es rendirse). El dibujo de Mardon, parecido a Peteers o un Dupuy sucio no me ha gustado demasiado. Aún así se deja leer, eso sí, casi tres talegos de los de antes




Buscadores de tesoros/Babel de David B. Sinsen tido

Obra mainstream (entendiendo mainstream al estilo francés de tebeo de aventuras de toda la vida) del gran David B., el autor francés que me tiene totalmente encandilado con su "La ascensión del gran mal". En este caso David varía de registro pero manteniendo sus obsesiones ya conocidas en "La ascensión..."; los cuentos y leyendas, el ambiente onírico, la fantasía desbordante... En este caso se nos narra una aventura protagonizada por un grupo de "héroes" (en un movimiento no demasiado lejano a la Liga de Caballeros Extraordinarios de Moore) en el Bagdad de las Mil y Una Noches. Tomando como punto de partida la maravillosa historia de "El profeta velado" publicada en el "Nosotros no somos los muertos", David retuerce la estructura habitual de folletín de aventuras en un laberíntico y extraño relato a ritmo de narración popular. Lástima que, como viene siendo habitual, este volumen sirve básicamente para presentar personajes y plantear el conflicto. El dibujo de David es tan estupendo como siempre en la composición y esos claroscuros tan rotundos, uno de los pocos dibujantes que no hace cine de los pobres, las historias que cuenta David, tal y como las plantea, sólo pueden contarse en historieta. Lástima que el color no sea de lo más apropiado, incluso lo hubiera preferido en B/N.

Además Sinsen tido nos ofrece "Babel", una recopilación de caras b de "La ascensión del gran mal" enfocado en la obsesión de David con los relatos bélicos y la mitología popular. Despliegue deslumbrante de composiciones abigarradas, laberínticas y surrealistas en un sugerente bitono rojo. Necesario para todo lector/admirador de "La ascensión del gran mal".



La serpiente roja de Hideshi Hino. La Cúpula.

Al rebufo del cine oriental de terror y después del supongo exitosa publicación de maestros del espanto japonés como Maruo o Ito, La Cúpula nos obsequia ahora con otro de los autores de terror más importantes de su país, Hideshi Hino.

Dando por sentado el precedente de Ito y Maruo uno espera que Hino se mueva en las mismas coordenadas de los anteriores; un dibujo preciosista ilustrando detalladas escenas delicadamente repugnantes, enfermizas y turbadoras. Nada más lejos de la realidad, el dibujo de Hino es tosco y crudo, una especie de Tatsumi pero más básico aún. Y sus historias (al menos ésta) aún más demenciales que las de Maruo o Ito. Pero a su vez mucho más poéticas y pertubadoras, que resuenan durante mucho tiempo en lugares de la memoria que creía ocultos.

La historia se cuenta desde el punto de vista de un niño que vive con su familia (una familia, que, siendo suaves podríamos calificar de "disfuncional") en una casa tradicional japonesa inmersa en la nada y la negrura, como si de un Titus Groan oriental se tratara. Poco a poco Hino va relatándonos las rarezas de la familia mientras el tono de teatro grotesco va subiendo poco a poco en un brutal crescendo como un contenido acceso de ira hasta que el tebeo se convierte en un grito desquiciado entre coágulos de sangre. Y cuando te tiene ya medio mareado por la furia desatada, la historia se derrama en un estanque de extraña placidez onírica hasta su desconcertante final.

Este tebeo es como penetrar en los terrores profundos de un trastornado, en un Edward Gorey japonés a lo bruto. De lo más bestia que he leído en bastante tiempo (y he leído cosas muy, muy bestias). Ah, no se pierdan el epílogo donde Hino nos relata con todo lujo de detalles como el médico le sometió a una humillante inspección rectal bajo la atenta mirada entre risitas de la enfermera, si esto no les ha convencido para comprarse este tebeo, nada lo hará. Estos japoneses están locos.




X-Statix: "De entre los muertos" de Peter Milligan y Michael Allred. Panini

Venga, pues tras tanta cultura europea, tanta cosa rara y tanta polla, una de superhéroes, como debe ser. Ah, vaya, que esto son superhéroes para listillos... En fin, siguen las aventuras de los estáticos, esta vez con el polémico y censurado arco argumental en el que Lady Di se une al grupo de estrellas mediáticas.

A pesar de que he leído en algún foro que esta serie ya se repite demasiado, yo diría que se avanza sin moverse del sitio (jeje). Es decir, el tono de la serie es muy claro y no va a dar cambios radicales ahora. En mi caso estoy encantado del abandono del culebrón mutante de coña (la revisitación irónica del romance Cíclope-Jean Grey con Sensible y U-Go Girl como protagonistas en plan exploración de personajes me resultó francamente coñazo) para volver al cachondeo postmoderno alocado y demencial a lo Silver Age pero en listo. Vamos, que si el mundo fuera como tiene que ser este tebeo daría inicio a una gloriosa Plastic Age. En este caso me he divertido mucho con las aventuras de Lady Di y los X-statix en su vovevil mediático.

Lástima que el famoso personaje tuviera que ser cambiado al final por un híbrido entre Britney Spears y una princesa consorte presentadora de televisión, cosa que obliga a tener un previo conocimiento de la abortado proyecto para poder disfrutarlo completamente. Pero si visualizas a Lady Di la diversión está asegurada, sobre todo por las perlas que suelta por esa boquita. No va a cambiar tu vida pero es tan satisfactorio como atizarse un buen helado de chocolate. Ah, Allred muy bien y sin tramas fotográficas, mejor.




Sharazad de Sergio Toppi. Planeta

Esto son ya palabras mayores. Y aparte de disfrutar de un bellísimo álbum encima me descubre un mundo de historietistas italianos de los cuales apenas sabía de oídas (excepto un par de álbumes del maravilloso Dino Battaglia que andarán por alguna parte de la casa de mis padres). Porque no conocía el trabajo de Toppi (estas cosas llegados a una edad mejor reconocerlas y pasar de puntillas sobre el vergonzante hecho), y después de echarme este álbum a las pupilas me he dado cuenta de lo que nos hemos estado perdiendo.

En Sharazad, Toppi adapta diversos cuentos de las Mil y Una Noches (como el lector/a medio de la estación es un tipo culto, leído, alto, guapo, elegante y hasta mayéstatico, me ahorro recontar en que consisten). A pesar de ser una obra de encargo realizada en los años setenta, Toppi disfruta de toda libertad para experimentar con su abigarrado dibujo y la composición de página, logrando un resultado excepcional y hermosísimo (que seguro dejaron a Bill Sienkiewicz totalmente alucinado) donde los diversos aspectos de la historia se integran en bellas viñetas-página como metáforas de los elementos que componen el cuento, logrando una narración fluida como la de la propia Sharazad, un perfume embriagador de jazmin lunar una noche de verano en los jardines del Califa.

Lo dicho, una maravilla, en cuanto lo hojeéis lo compraréis sin ni siquiera mirar el precio. Seguro.

Cinco novelas de 2023