15 marzo 2005

Nada es real, todo está permitido


Burroughs por Burns

Nada más terminar "Ciudades de la noche roja" de William Burroughs, pensé: "Bueno, esto pongo en la página que no he entendido nada y listo". Pero eso sería traicionar el espíritu de este blog. Aquí se entiende todo y si no, se inventa. Así que, tras días y días de venga a darle vueltas al tarro y perdiendo todo sentido de la vergüenza y miedo al ridículo, le vamos a echar un par e intentar comentar un libro de Burroughs. Y sin mencionar la palabra "alucinógeno". En serio.

Al leer "Ciudades..." me imaginaba inmerso en un pastiche de novela de a duro gay escrita a pachas por unos Hammett, Conrad y Lovecraft de otra dimensión en una casa de la Ciudadela sobre la playa de Assilah durante una semana de vacaciones en Marruecos bien abastecidos con una generosa carga de opio con el objeto de quitarnos por fin la venda racionalista de los ojos. Lo cual es ya un incentivo para cualquiera con dos dedos de frente. Además, es quizá la novela ideal para penetrar (con perdón) la membrana e internarse por el mundo extraño y hermoso de Burroughs. Más accesible que los anteriores experimentos cut and paste (la archifamosa "El almuerzo desnudo") pero aún así más hermosa y extraña que la también soberbia "Yonqui". Porque a pesar de lo muchas veces ininteligible de su narrativa, y lo desagradable que puede llegar a ser, la belleza de las imágenes conjuradas por Burroughs es difícil de igualar. Quizá únicamente dos ilustres admiradores se le han acercado en ese aspecto; James Ballard y William Gibson. Eso, claro, si a uno no le molestan las contínuas alusiones a chicos desnudos, pollas tiesas y eyaculaciones por doquier. Porque la homosexualidad de Burroughs está muy lejos de la afectación sensiblona del tópico gay que se lleva ahora. Afortunadamente.
Y, a diferencia de "Nova Express" o "La máquina blanda", "Ciudades..." es un cebollazo consciente y controlado de pervertidos arquetipos del pulp; Clem Snide, el detective del agujero del culo que practica la magia sexual con su ayudante como técnica de investigación. Hay piratas gays anarquistas en las costas de centroamérica en lucha contra el Imperio de la Cristiandad. Hay ahorcamientos rituales y reencarnaciones entre chorros de esperma. Hay un virus inoculado en nuestra realidad desde la dimensión mítica de Las ciudades de la noche roja, virus que toma forma de un lenguaje proveniente de otro planeta. Hay una revolución en marcha contra la realidad establecida y hay naves espaciales y viajes en el tiempo. Y drogas, claro, un huevo de drogas de las cuales el lenguaje no es la menos importante. Y por supuesto el control social llevado a cabo mediante esas mismas drogas, la fuerza bruta o el lenguaje que nos ata a una realidad limitada a un solo tiempo, un solo espacio, a una moral única. Cristales deformantes que no nos dejan ver que todo es posible, nada es real.

Sintiendo que dicho lenguaje es una cárcel que no nos permite ver lo que hay más allá, un arma de control más en manos del poder, Burroughs retuerce la la novela hasta hacerla estallar en pedazos con el objeto de crear su propio lenguaje capaz de hacerte ver cosas que no habrías podido ni siquiera imaginar antes (es revelador cuando uno de los protagonistas, en pleno viaje astral o del otro, atisba "los barrotes negros de la palabra", quizá dándose cuenta de que no es más que un personaje en una novela, atrapado como nosotros estamos presos de nuestros sentidos limitados). Y lo que comienza siendo una narración más o menos convencional de tres líneas argumentales extraídas de los diferentes géneros de la novela popular (aventuras, policíaco, terror, ciencia ficción...), se va despedazando progresivamente a medida que la rebelión en el ¿cielo?, ¿infierno?, ¿limbo?, de las Ciudades de la noche roja comienza a socavar la base de nuestra realidad. El relato se fragmenta, convirtiéndose en un caleidoscopio barroco donde los personajes, fluidos y cambiantes como gotas de mercurio, rebotan por los laberintos del tiempo y el espacio, un lugar que se extiende interminablemente en todas direcciones, que no puede ser comprendido por el lenguaje tradicional. Hasta que la existencia que conocemos se deshace y el nuevo orden vírico penetra en nuestro mundo liberándose, liberándonos de la cárcel de las palabras en la explosión fulgurante de la destrucción final...

Ejem, vale, lo admito, no me he enterado de nada...

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