27 febrero 2005

El horror, el horror...


Fred y Rose, como castañuelas

Anunciamos hace unos días la publicación de la fastuosa portada final de Cyberdark.net antes del cierre (snif). Portada que alberga, entre otros, la última de las tres listas de fundamentales, la dedicada al terror. El caso es que, cuando Nacho, (santo varón, coordinador, corrector y "manipulador extremo" de los artículos que regularmente aparecían en Cyberdark) me pidió que eligiera una novela fundamental para iniciarse en el género, una de las primeras que se me vino a la cabeza fue "El adversario" de Emanuel Carrére, la estremecedora novela-documento criminal sobre la inverosímil pero real historia de Jean-Claude Romand, un hombre que consiguió durante un largo período de su vida mantener la ficción de ser quien que no era (todo su entorno pensaba que trabajaba como médico en la OMS cuando ni siquiera había acabado la carrera, mantenía a su acomodada familia a base de sangrar a sus propios padres). Y cuando todo su tinglado montado a base de mentiras, frío cálculo, sablazos a diestro y siniestro y tremenda cobardía disfrazada de victimismo amenazaba derrumbarse, no vislumbró otra salida que asesinar a su mujer y dos hijos. A grandes males, remedios absurdos.


Pensé en incluir dicha novela porque su lectura me había llevado a un estado de desasosiego y mal rollo angustioso como no había disfrutado/sufrido con otra novela de terror moderna. No por lo morboso y real del caso, sino por el estilo empleado por Carrere para hacer verosímil esta increíble historia. Acertado híbrido de subjetividad novelesca y objetivismo periodístico, la novela destaca en los terrenos clásicos del género de terror; el pánico existencial reflejado en actos terribles que no parecen albergar lógica alguna salvo la reprimida extrañeza casi alienígena que habita en el interior de nuestros cerebros,la minuciosa reconstrucción del enloquecido personaje central y las inolvidables imágenes, como cuando Romand pasaba las horas en las que supuestamente trabajaba en su oficina de Ginebra en el interior de su coche estacionado en aparcamientos desolados y vacíos, absorto en su espacio interior. Ofreciéndonos de paso un acertado análisis de la hipocresía moral y el deterioro de la vida en la sociedad occidental moerna. En fin, la vida supera al arte, y el arte necesita de un nuevo lenguaje para ponerse a la altura de la vida. O, como en este caso, de la muerte, el terror y la oscuridad final.

Al final preferimos escoger para la lista "La Cámara Sangrienta" de Ángela Carter, que también daba para mucho lucimiento y de quien hablaremos otro día, porque proponer la novela de Carrére para inciarse al género sólo se le ocurre al que asó la manteca. Pero seguí dándole vueltas al concepto de terror moderno, ¿tenían sentido ahora mismo las exageradas fantasías gore, los engendros de otro mundo, las historias de glamourosos psicópatas?, ¿dan miedo o son ya como las caducas historias de fantasmas?, ¿es este estilo empleado por Carrere el nuevo modelo para una novela de terror del siglo XXI?. Como rayo divino directamente enviado hasta mi cabezón me vino la respuesta a estas importantes cuestiones al toparme en la biblioteca con otro ejemplo de novela-reportaje sobre criminales, esta vez de la venerable tradición británica de asesinos en serie, la brutal "Felices como asesinos" de Gordon Burn. Y de nuevo reviví aquella sensación asfixiante, de terrible suciedad y opresión vivida con "El adversario". Y además brillantemente resuelta, creando un universo propio, malsano, artístico, como en las mejores novelas de terror.


Al igual que "El adversario" la novela que nos ocupa es heredera del clásico "A sangre fría" de Capote. "Felices como asesinos" es el crudo relato literario-periodístico que examina con doloroso detalle las vidas del matrimonio formado por Fred y Rose West que asesinaron, violaron, torturaron, descuartizaron y enterraron a varias mujeres (incluida su propia hija) en los sótanos de su casa de Gloucester. Dos personajes desquiciados cuya enfermiza existencia seguía un horroroso ritual de perversiones sexuales de todo tipo, incesto, secuestros y violaciones, abusos infantiles, snuff movies, aleatorias y constantes explosiones de violencia irracional, estado de terror hogareño y bricolaje obsesivo.

A pesar del exahustivo análisis de la psique de Fred y Rose, Burn es incapaz de encontrar un motivo coherente para el creciente catálogo de atrocidades que va desgranando poco a poco, como si los West fueran anomalías escupidas por otra dimensión donde reinara una lógica atroz según la cual las personas serían meros objetos para el placer de uno, no más importantes que las herramientas a las que Fred profesaba un afecto casi fetichista. Así que, periodista pero también literato, Burn escoje la confusión y el caos, la fragmentación temporal y espacial, el intercambio de la voz narradora, (a veces el propio autor, a veces Fred, a veces otro personaje) como monólogos integrados en el texto, rompiendo a golpes la estructura de los hechos y acabando por convertir la lectura en una experiencia estremecedora y casi alucinatoria. Los lectores vamos recorriendo la secuencia de acontecimientos como si siguiéramos las circunvoluciones de una sangrienta marca dactilar, acompañados por un ritmo obsesivo marcado por frases cortas y secas, como el incansable martillear de las herramientas de Fred al construir y construir en su casa contínuas ampliaciones para ocultar los cadáveres; el reflejo arquitectónico y miserable de su repugnante mundo interior. No se me podrá olvidar jamás la imagen de un Fred medio sonámbulo, vagando por los subterráneos del manicomio de cuyo mantenimiento se ocupaba, como un alucinado minotauro vagando por el laberinto sombrío de su propio subconsciente.

Y como toda buena novela de terror, debajo del espanto palpita la cruda realidad, el descarnado retrato del mundo rural y el lumpen británico, la decadencia y caos de las grandes urbes cuyo anonimato da alas a todo tipo de perversiones criminales que no importan a nadie mientras trabajes, tengas hijos, una casa y mantengas una apariencia de normalidad. Y cuando al fin la terrible verdad se revela ante nosotros el resto no hacemos otra cosa que mirar, no podemos dejar de mirar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un muy buen libro, el de Carrere.

Tomo nota del otro que recomiendas, tiene pinta de ser uno de esos libros insanos de los que tengo fama de lector.

fonz dijo...

Bueno, a mí el libro de Carrere me interesa más porque la historia presentada es realmente intrigante y fascina el asunto de la mentira y la apariencia. Y luego que Romand es uno de los psicópatas más intrigantes sobre los que he leído, ¿en qué pensaría durante aquellas horas interminables tirado en los parkings?. O cuando se pasó el verano que le enloqueció sin salir de una habitación en la que únicamente tenía para leer un periódico viejo...

Sin embargo el de Burn tiene a su favor el tratamiento de la historia, brutal, es como si te martillearan la cabeza. Nada de florituras, ni reflexiones del autor sobre el mal y demás zarandajas, simplemente se aparta para que la historia te estampe en plena cara.

Anónimo dijo...

Felices como asesinos es uno de los libros más atrapantes que he leído, pero es igualmente asqueroso. Los miserables Fred y Rose trastornaron mi psiquis durante el tiempo que demoré en leerlo. Por suerte cuando lo terminé me sentí libre de esos monstruos y me quedó una sensación de bienestar, por lo saludable que fue mi crianza y las buenas personas que me rodearon a lo largo de mi vida.
Pero no dejo de ver que el ser humano tiene un costado malvado y tóxico, que si se estimula con dolor, no conoce límites.

Muy buena la crítica de estos libros... voy a ver si tomo el coraje de leer el de Carrere.

Saludos!

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