Uno de los subgéneros literarios favoritos en esta casa es el cyberpunk, ese movimiento del que todo escritor con dos dedos de frente acabó renegando pero del que muchos se atribuían parte en la paternidad. El género que comenzó como el estallido de una hipernova de cromo y neón para acabar convertido en la folklórica imagen de una tipa calificándose de cyberpunk haciendo el ganso por los más exquisitos programas de telebasura con tuercas pegadas en la cabeza. En fin, el típico proceso que sufren todos los movimientos artísticos medianamente de vanguardia, después de la muerte siempre viene la parodia y ya hablando de España pues el vodevil chusco.
Pero lo que importa, los escritores. ¿Qué hicieron cuando las constelaciones de cromo barato se enfriaron y los neones de desvanecían en el horizonte como los fantasmas de un futuro que nunca se cumpliría?. Pues seguir escribiendo, claro. Y como dos de los últimos tochitos que me he leído son de dos de los más prestigiosos y casi inéditos figurones del movimiento, esta introducción me viene de perlas para hablar de ellos.
A menudo y por eso de no calentarse la cabeza, la crítica especializada identifica a Rudy Rucker como el Phil Dick del cyberpunk. A pesar de lo facilón de la etiqueta no anda desencaminada del todo, Rucker ha pasado por períodos vitales tan lamentables como los del divino pirado y, literariamente, guarda muchos puntos en común; estilo desmañado, estructura inexistente, protagonistas que suelen ser el propio escritor ligeramente disfrazado, transrealismo, paranoia... Sin embargo, Rucker es un riguroso científico matemático (por ejemplo, el interesado puede buscar su "La cuarta dimensión" un libro de divulgación científica publicado por Salvat, curiosamente la otra obra traducida en castellano de Rucker aparte de "Software") que últimamente andaba aporreando un teclado para ganarse la vida como programador de juegos. Especialmente dotado para la divulgación y poseedor de una imaginación desquiciada, mezcla de escritor hard y Phil Dick, la experiencia de leer a Rucker, es, como afirma John Shirley "tomar drogas sin los efectos secundarios".
Después de grandes triunfos como "White Light", la trilogía de "Software" o "Master of Space and Time", Rucker, con la vida ya más asentada como programador, publicó, a mediados de los noventa "Hacker and the Ants", la novela que nos ocupa.
"The Hacker and the Ants" (1994) es una divertida comedia sobre Jerzy Rugby, un hacker (entendiendo "hacker" como un programador profesional, no un pirata informático como entienden en la tele) recién divorciado que trabaja en la confección de robots caseros en Silicon Valley. Mediante realidad virtual, Jerzy programa las librerías de códigos que conforman el software IA de los robotitos. Un día recibe en su escritorio virtual vía email una hormiguita (también virtual, claro. Por cierto, ¿hay algún sinónimo para esta palabreja de marras?). Dicha hormiguita se escapa a la red y ya la tenemos liada. A partir de aquí se desarrolla una comedia enloquecida al estilo de "Un me siento rejuvenecer" de Hawks pero cambiando al entrañable científico casero que te descubre el elixir de la vida en el sótano de su casa por el más moderno programador informático.El resultado es una divertida comedia de las tribulaciones de un programador en Silicon Valley que ha sufrido un caso extremo de mobbing, desmañadamente escrita pero muy fácil de leer, en la que brillan como siempre las capacidades didácticas de Rucker explicándonos el fascinante mundo de la ofimática virtual del futuro, la robótica, las hormigas y lo que se tercie. Extremadamente interesante es la imagen que da del mundo de las compañias de software donde el pirateo entre empresas o el puteo a los empleados está a la orden del día. O esas alucinadas suyas (aunque aquí escasean), como la fantástica cabalgata a lomos de una hormiga virtual gigante. Lamentablemente cuando nos relata las virtudes de este mundo virtual da la sensación de que nos habla de una tecnología que hace cinco minutos acabó en la vía muerta formando parte de ese tipo de cacharros que parece nos van a convertir el futuro en un lugar maravilloso y que luego acababan en las páginas de retrofuturismo de broma. En el debe apuntar la inexistente estructura de la novela al estilo dickiano, que se convierte en un ir y venir de Jerzy; liga con una señorita, visita a los niños, intenta cepillarse a otra, venga para arriba y para abajo como un pollo sin cabeza. O la introducción de personajes que aportan la información adecuada para precipitar la acción y que el protagonista logre solventar el misterio. Asimismo el final flojea, convirtiéndose en una apología de la institución familiar con los niños ayudando a papá a cargarse los malos que parece sacada de una película de Disney. Aunque el personaje central, ese Jerzy cuya profesión de programador le hace creer que pertenece a la escogida secta de la Gran Misión Tecnológica Robótica, una especie de Gran Obra que justifica sus decisiones vitales mientras el resto de su vida es un desastre, le da un giro irónico a ese final un poquito bochornoso. En fin, se deja y como introducción al particular mundo de Rucker es una buena opción, pero a falta de leer algo suyo más reciente constato que se está haciendo viejo, o el mundo editorial norteamericano impermeable a obras como las que solía facturar al principio de su carrera va amansándole progresivamente. O ambas cosas.
Y si Rucker está mayor, qué podemos decir de John Shirley, un tipo que escribió "Eclipse", el thriller de cf más violentamente político que me he podido echar a la cara y cuya última novela es la adaptación de la peli de "Constantine" (por supuesto, ya publicada en España). Pues Shirley, aparte de mantener varios frentes abiertos (escritor de terror, adaptador de engendros fílmicos para ganarse las lentejas, guionista de cine y televisión) mantiene una carrera de escritor de cf más o menos presentable. Y uno de sus últimas novelas; "...And The Angel With Television Eyes" (2001) podemos tomarle el pulso a su estado de forma.
Max Whitman es un mediocre actor que logró un éxito efímero en la gran pantalla en un film de espada y brujería mientras sobrevive actuando (o poniendo la cara) en un culebrón hospitalario televisivo. Pero ahora Max, que se hace viejo, los papeles decentes escasean y se le está empezando a pasar por la cabeza actuar en el teatro; Ricardo III nada menos. Pero mientras se emperra en arruinar su carrera comercial en contra de la opinión de su pareja y mánager, Max comienza a sufrir visiones, y se encuentra en los momentos más inoportunos interpretando al principe Lord Greymark soltando unos diálogos que ríete tú de Aragorn o Gandalf... Hasta, que, en una convención de frikis de la cifi (jeje), un tal Carstairs, contacta con Whitman para intentar revelarle la terrible verdad...Shirley, como había explorado en obras anteriores, hurga en la cultura popular como generadora de mitos y material con el que alimentar la novela de fantasía. En este caso echa mano de los juegos de rol online, internet, los tebeos de superhéroes o el fantasy más caposo para crear una especie de realismo mágico neoyorkino que juega con la idea de mundos paralelos habitados por espíritus (plasmagnomes) que, o nos observan o nos odian y están deseando cepillarse a los putos humanos que nos los estamos cargando (involuntariamente) con polución electrónica, nuestra basura cultural.
La historia resulta ágil, entretenida, que guarda sus mejores momentos hacia la segunda mitad de la novela, cuando Max y Carstairs comienzan su particular descenso a los infiernos poblados de los plasmagnomes, esos seres espirituales que para manifestarse en nuestra realidad se revisten con desechos de nuestro detritus tecnológico y cultural; un astronauta gigantesco con yelmo, una Madonna fabricada con material hinchable arrastrada por ángeles como helicópteros, un tipo que tiene por cabeza una gran bola de espejo, adicto a la distorsión de una guitarra eléctrica y, por supuesto, un ángel con ojos de televisión. Es en la descripción de estos seres donde brilla el fuerte de Shirley, su potente y perturbada imaginación (en eso y en los títulos de los capítulos, impagables todos ellos). Lástima que no haya cuidado la endeble trama que sostiene la historia, que podría figurar en cualquier tebeo basura de superhéroes, como si el concepto de la exploración de la cultura popular y su retroalimentación en la fantasía contemporanea, así como el desfile de freaks hubieran aplastado bajo su peso un argumento cuya resolución final es hasta risible por simplona y que parece sacada de un peinado de la caspa pop más friki. En fin, es ágil, no aburre en absoluto y se deja leer, pero entre esto y "Los que reptan" para mí que Shirley lleva demasiado tiempo trabajando para el cine y la tv, porque se encuentra en coordenadas muy, muy, pero que muy lejanas, de las magníficas "A Splendid Chaos" o la trilogía de Eclipse.