15 febrero 2005

Viajando dirección Iglesia miras por la ventana


Ejemplo típico de piso madrileño en alquiler: semiamueblado, interior luminoso, muy bien comunicado.

Cuando era muy pequeño y nos mudamos de la buhardilla del barrio de las letras de Madrid a un piso de Alcobendas en el extrarradio nos convertimos en habituales de la línea 1 del metro. Era la que cogíamos para ir al centro o a visitar a mi abuelo que aún habitaba otra buhardilla en la calle Amor de Dios donde nosotros habíamos vivido hasta entonces.

Subíamos en Plaza de Castilla y mi madre entretenía el trayecto enumerándome las estaciones que tendríamos que recorrer hasta Antón Martín: Valdeacederas, Tetuán, Estrecho, Cuatro Caminos..., yo sólo era capaz de memorizar hasta ahí. Y cuando el tren salía lentamente desde Iglesia dirección Bilbao, mi madre me avisaba:

-¡Asómate, mira!, ¡la estación fantasma!

Entonces yo aplastaba la nariz contra la ventanilla del vagón, haciendo sombra con las manos manteniendo los ojos bien abiertos no fuera a perderme algo, mientras pasaba el andén desierto a toda velocidad. Recuerdo que todavía se veían los marcos de los carteles ennegrecidos, los baldosines sucios que recubrían las paredes, los bancos, la cabina, el familiar rombo emblemático del Metro de Madrid que envolvía el nombre de la estación; Chamberí. Era mágico, un lugar fuera del tiempo, que ofrecía millones de posibilidades a mi imaginación, ¿habría gente allí?, ¿qué se escondería en los pasillos?. Otro mito más que afianzaba mi obsesión por el metro, y que venía a añadirse a otras preguntas que me rondaban la cabeza; ¿dónde acababa el metro?, ¿y dónde guardaban las locomotoras?. ¿A qué lugares secretos darían aquellos huecos que se abrían en algunos túneles y que dejaban entrever la luz del día?, ¿que habría más allá?. Era fascinante, la de veces que habré soñado con el metro, para mí era un lugar lleno del sentido de la maravilla. De lo cual se deduce que la infancia es un lugar peligroso donde toman forman nuestras obsesiones.

A medida que iban pasando los años la fisonomía de la estación fantasma iba cambiado; los carteles y los baldosines iban desapareciendo víctima del vandalismo, o cubiertas con cemento. A veces parecía que la utilizaban como almacén; hierros, andamios, sacos, un generador de gasoil que creo se tiró años allí, se convirtió en refugio de vagabundos, aparecieron las pintadas... Cuando iba en metro con los amigos y más tarde con la novia siempre les daba la paliza con la dichosa estación; "miramiramiramiraaaa". Y ejercía el mismo hechizo sobre todos, la extraña atracción que producen los lugares abandonados. Como si supiéramos que allí hubo gente que iba y venía con sus cosas igual que nosotros ahora, intentando vislumbrar sus fantasmas, anticipando lo que seríamos nosotros en el futuro.

Más adelante me fui dando cuenta del estatus "de culto" del que gozaba la estación. No pude evitar la sonrisa cómplice al escuchar la fantástica y terrorífica versión de "La estación fantasma" de Los Coyotes a cargo de Intronautas; Lovecraft y el metro de Madrid felizmente unidos a ritmo de psychobilly castizo. O su aparición estelar e inverosímil como refugio de inmigrantes en "Barrio" de Fernando León. Incluso recuerdo una novela policíaca ambientada en el metro de Madrid durante la transición en la que un psicópata fascista comete diversos asesinatos al amparo de la red de metro en la cual la estación tenía cierto protagonismo. Lamentablemente la perdí, olvidé el título y autor y quizá la memoria me traicione y no tenga nada que ver.

Finalmente conocí la historia de la estación en un reportaje de El País Semanal y otro de Telemadrid, cuando se especulaba con construir un museo del metro allí. Las fotografías del lugar eran hipnóticas, submarinas, como bucear en el tiempo pasado conservado en el aire estancado y polvoriento de un sepulcro egipcio. La estación de Chamberí se abandonó por lo poco rentable que resultaba dada su situación entre Iglesia y Bilbao, demasiado cerca de ambas. Así que en 1966 simplemente se cerró y se tapió la boca del metro. Con que abajo quedaron como el último día las taquillas, tornos, carteles, papeleras y hasta cuadernos con últimas anotaciones. Todo se abandonó allí por lo que yo supongo fue una mezcla de negligencia, tristeza, fatalidad y dejadez tan españolas; ¿para qué recoger?, total si pa´l caso...

Ahora no sé que pasará con la estación fantasma, hace tiempo que no viajo dirección Iglesia o Bilbao. En un Madrid cada día más inhóspito, faraónico, especulativo y absurdo, me temo que no se hará nada para recuperarla. Así que seguirá en un rincón de mi memoria para siempre, un recuerdo deformado e inexacto, como un símbolo del tiempo de la infancia en el que todo parece nuevo, mágico y misterioso.

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