20 marzo 2006

The Algebraist, de Iain M. Banks



Ya conocéis la sensación de enfrentarse a una saga. O la de coleccionar tebeos. Por muy bonito que te lo pinten, somos una panda de vagos redomados y como una colección ya vaya por el número 26, uno no se sube al carro. Cuando se trata de una saga como La Cultura (que tiene 7 libros que se leen en más tiempo que en todas las sagas de la Patrulla-X de Claremont) ya ni te cuento. Por muy buena que sea, lo tiene un poco crudo para que los lectores se armen de valor y se atrevan con ella. ¡Pero no temáis, queridos amigos de la estación fantasma! El señor Banks tiene la solución: The Algebraist.

Como todo buen punto de partida y libro accesible con una calidad mínima, Banks tira al lector en medio de un océano para que se entere bien de qué va todo esto. El lector poco entrenado se sentirá bastante perdido al comienzo del libro (como cuando juegas tu primera partida de ajedrez, que te barren del mapa mientras perplejo te preguntas cuándo comenzaste a errar), pero es algo que se agradece; la táctica para "educar al lector" que emplea Banks no es explicar todas las reglas, sino aprender jugando: el primer capítulo no es un libro de historia sobre el universo en el que se enmarca The Algebraist, por lo que al principio la sensación de extrañamiento es mayor, es difícil entender lo que está pasando. Por un lado tienes la típica descripción del prota y de sus cosillas; en otra secuencia describe una especie de supervillano de teleserie más feo que pegar a un padre con un calcetín sudado y más malo que una partida de Risk sin dados; poco a poco se introducen las peculiaridades de la sociedad imperante en la galaxia, la Mercatoria; para al final darte un poco de acción y sobre todo, razones para pasar la página.

Así que tienes al protagonista de turno, que esta vez es un tal Fassin Taak, un humano que a pesar de haberse corrido sus juergas terminó haciendo lo que la sociedad esperaba de él, ser una suerte de investigador/documentalista que se encarga de estudiar e interactuar con los Dwellers (los Moradores), una raza de excéntricos alienígenas matusalenes que viven en los gigantes gaseosos perdidos por las galaxias, y que han sobrevivido a todas las demás razas. Ulubis, el sistema en donde vive, tiene uno de los centros de investigación de Moradores más importantes, y Fassin ha conseguido labrarse su fama haciendo un buen trabajo, revolucionando también la manera de llevar a cabo su trabajo.

Por otro lado, el malo malísimo de la historia, al Archimandrite Luseferous (más malo que Lucifer, el Luciferoz este) le encomiendan que se dirija al sistema Ulubis a realizar unos asuntillos (y ya de paso arrasarlo). Pero claro, los pobres habitantes de Ulubis están alejados de la mano de Dios, porque el agujero de gusano que los conectaba con el resto de la civilización se lo cargaron unos desalmados que viven en la periferia, así que lo de pedir ayuda está bastante difícil.

Sin embargo, la Mercatoria (que así se llama la sociedad imperante) ya se ha enterado de lo que está pasando, y va a poner las medidas necesarias para defender Ulubis. Pero claro, toda defensa tiene un precio, ninguna acción es desinteresada, etc. etc. Y lo que quiere la Mercatoria es el acceso a una información secreta que supuestamente tienen los Moradores, la clave para viajar a mayor velocidad que la de la luz sin necesidad de los molestos agujeros de gusano. Y encima la clave está en los estudios que llevaron a la fama a Fassin, así que al pobre del prota le recae ser el elegido de la historia.

Y con esa historia y con una inmensa cantidad de giros argumentales ropias de una maxi-serie de 12 números con cliffhanger al final de cada uno, Banks labra una novela en el que cuenta la historia que le apetecía en ese momento. Fuera de los límites marcados en La Cultura, este universo destaca por la diferencia entre las especies lentas y las rápidas, y la capacidad de desincronizarse con el mundo rápido para sincronizarte con el lento. El modo de ver la vida, el modo de producir historia viene diferenciado por el estilo rápido o lento, y lo que para unos puede suponer el apocalipsis, para otros es una mera trifulca entre mosquitos sin importancia.

También destaca el papel de la Inteligencia Artificial como gran enemigo. La Mercatoria tiene su guerra declarada, y el miedo a las IA de los pueblos adscritos a su modo de vida es similar a cualquier enemigo imaginario al que tenga la guerra declarada los EE UU. Entre Luciferoz y las IAs podría quedar una historia muy maniquea, pero Banks sabe introducir la escala de grises en la propia Mercatoria, su jerarquía y su política, como reflejo de la sociedad neoliberal en la que nos vemos envueltos; Fassin en su juventud vive con esos jóvenes anti-glob... anti-Mercatoria, que se manifiestan en contra de su sistema por sus acciones marginalizadoras de aquellos que deciden vivir apartados, los Beyonders.

Poco a poco, la historia e historias van tomando forma, enredándose y desenredándose una a una, mientras el lector se entretiene con las aventuras de Fassin y el misterio que queda por resolver; es fácil describir a The Algebraist como una novela de aventuras con estructura detectivesca, sobre todo cuando ya queda poco para cerrar el libro y el lector pide a gritos que todo se solucione. Al final, todo el embrollo se resuelve (con muchas explosiones para deleite de los que les guste la acción), todo queda bien atado, y la novela queda cerradita en su justa medida.

Sólo cabe esperar que publiquen esta novela en castellano para que todos aquellos que no se atrevan con la Cultura piquen y prueben qué es lo que pueden encontrar en ese autorazo que es Iain M. Banks. Pero claro, siempre teniendo en vista a la Cultura, obra mayor de Banks. Y mientras los editores se deciden, y para seguir abriendo boca (o cerrarla ya del todo) en xootablog! podréis encontrar otra visión de la novela.


13 marzo 2006

Tebeos que me convirtieron en lo que soy: La Patrulla-X



Sí, la Patrulla-X, nada de X-Men. Para mí los X-Men serán toda la vida la Patrulla-X, la creativa solución de ediciones Vértice a un título en principio con tan poco gancho como "Hombres-X". Aunque a mí me gusta imaginar que dicha traducción Vértice es una ironía castiza de la quinta dimensión sobre el título DC que inspiró la Patrulla-X original de Marvel (creación de Stan Lee y Jack Kirby), la extraña Patrulla Condenada.

En mi memoria los primeros recuerdos sobre La Patrulla-X se remontan al grupo original, asociados a un frágil Profesor X y su escuela para Jóvenes Talentos mutantes donde el Cíclope, el Ángel, la Bestia, el Hombre de Hielo y la Chica Maravillosa aprenderían a manejar unos poderes que apenas podrían comprender. Aquellos muchachos uniformados, siempre huyendo del populacho que los odiaba, con esa sempiterna sensación de fracaso o de haber metido la pata en la misión, circunspectos y tristes, incluso con un punto cool, como un grupo indie donostiarra de universitarios tímidos. Aquel misterioso Cíclope que nunca podía enseñarnos sus ojos, serio, distante, agobiado por la responsabilidad de liderar el equipo, incapaz de expresar sus sentimientos a la mujer que amaba y, que para más inri le correspondía. O aquellos pasillos futuristas de la guarida de Lucifer, patrullados monótonamente por Ultra Robots o los maravillosos diseños retro sixties de Steranko para la Ciudad de los Mutantes. Aquellos tebeos que siempre estarán unidos al aséptico estilo del dibujante Werner Roth y a amarillentos volúmenes de Vértice que cambiaba en un kiosco cuando iba a La Adrada de vacaciones. La Patrulla era el tebeo, por encima de Spiderman, 4 Fantásticos o Vengadores que más me atraía, el más misterioso y más extraño de entender para mí. O quizá el secreto de aquel misterio era únicamente que siempre tenían poquísimos ejemplares de una colección que era la que más costaba encontrar. Lo que la convertía en un difícil rompecabezas que uno recomponía como buenamente podía poniendo mucho de mi propia imaginación. Pero daba igual, con tal de que la historia "acabara" y no continuara en otro tebeo imposible de encontrar, que nunca leería. Que fácil es localizar los traumas de un coleccionista de tebeos, ¿verdad?.

Pasaron los años y perdí contacto con la Patrulla. A veces, mi padre me traía de Mieres, donde estuvo trabajando una temporada, más tomitos de Vértice que encontraba en una tienda de segunda mano; la maravillosa historia en la que el Capitán América y Cráneo Rojo intercambian cuerpos (mente limpia, mente limpia), del robot Archie, alguno suelto del Hombre de Hierro (contra el Guardián). Pasaremos de puntillas por la época Marvel-Bruguera hasta que, mi padre, de nuevo, apareció por casa con el número 1 de Spiderman edición Fórum que aún conservo en algún rincón del armario de la habitación en casa de mis padres. Ese tebeo marcó el principio de mi carrerón como coleccionista y lector de tebeos como Dios manda, a partir de entonces guardaría los tebeos en vez de tirarlos cuando ya desbordaban el hueco de la mesita de noche. Ese tebeo es mi atávica moneda Número Uno, como la del Tío Gilito. Después de Spiderman vinieron Daredevil o los 4 Fantásticos que continuaban aquella historia de la Esfinge y Xandar con unos 4F que morían de vejez y que Bruguera nos había dejado colgada en Spiderman (los 4 Fantásticos venían de complemento en el Spiderman de Bruguera, pa que luego os quejéis de Planeta o de Panini...). Era el Año Uno de la nueva edición Marvel en España, aquello sí que fue una Transición del tebeo de superhéroes que marcó mi vida y no la del paripé democrático.

Ahora me permitirán un pequeño inciso. En aquella confusa época, había otra editorial que todo el mundo habrá olvidado ya; Surco, la heredera de Vértice (un recuerdo desde aquí a Rom, Motorista Fantasma y otros tebeos serie B que me salvaron la vida). Durante unas aburridas vacaciones en Jadraque donde mi único entretenimiento era ir a por tebeos, leerlos y copiar los dibujos en un cuaderno, compré el primer número de la Patrulla-X de Surco. Aquello fue una hostia en toda la frente, arrojado al atronador fragor de una batalla descomunal contra Proteo en Escocia. No tenía ni idea de quienes eran aquellos personajes que respondían al viejo y evocador título; un tío ruso de acero, una negra macizorra con el pelo blanco, un bicho azul, la Chica Maravillosa ahora se llamaba Fénix. Por lo menos salía el Cíclope. Y aquel dibujo estaba de puta madre.

Así que de vuelta a Madrid me dediqué a buscar como loco por los quioscos la Patrulla de Surco donde Chris Claremont a los guiones, John Byrne al dibujo y ambos al argumento, enfilaban el tramo final de su legendaria colaboración de la manera más espectacular posible. Grabado a fuego tengo el asalto al club Fuego Infernal con aquella Patrulla derrotada y ese final impactante de Lobezno surgiendo del agua de una alcantarilla, rabioso y desafiante, con aquella mirada que prometía adrenalina, sangre y venganza en satisfactorias cantidades industriales que culminarían en el mítico y seminal Lobezno solo. Y, finalmente, el número 6 de la edición Surco, Fénix Oscura, que nunca pude encontrar. Y se acabó Patrulla-X. Me leí aquellos tebeos cienes y cienes de veces, me cargué hasta las cubiertas. Para que luego digan de la continuidad y blablabla, apenas te enterabas de las referencias de aquellas historias y los disfrutabas que daba gloria, lo que pasa es que el que nace predestinado para leer tebeos se queda así de tarado toda la vida y punto.

Por otro lado, en los correos de las colecciones Fórum, los sufridos y veteranos lectores que andaban más al loro reclamaban la edición de la Inombrable-X como la llamaba Pérez Navarro. Nos arrojaron algunos caramelos en aquellos entrañables Extra Superhéroes; la miniserie de Lobezno de Claremont/Miller y La Patrulla-X vs los Micronautas (plagada de personajes y situaciones que no se verían en la colección madre hasta pasados unos cuantos años, en aquellos tiempos no había tantos escrúpulos). O la fastuosa novela gráfica Dios ama, el hombre mata. Hasta que finalmente Surco cerró el chiringuito y Fórum se hizo con los derechos de la Patrulla y alguna colección más, poniendo las bases de lo que sería luego la más larga edición de tebeos Marvel en España. Así, el tebeo más esperado por los fans apareció como la Segunda Venida de Cristo, el nº1 de la edición Fórum de la Patrulla-X; Segunda génesis se titulaba, con la reedición del anual americano de 1975 que narraba el inició la nueva Patrulla y ya, enlazando con la edición Surco, los últimos episodios dibujados por un Byrne post-muerte de Fénix (cosa que me fastidió enormemente, pensé que no leería aquella Muerte de Fénix nunca jamás).

Así que mi vida tebeística se encauzó y normalizó en una cómoda rutina durante unos cuantos años. Ahora parecerá increíble pero por aquella época ha los tebeos se compraban en quiosco. Sí, salías de casa, un paseíllo de diez minutos y a rebuscar a la caseta de la quiosquera mientras la vieja cabrona te vigilaba con desconfianza, siguiendo con ojo de lechuza cada uno de tus movimientos, la mano crispada sobre el bastón, por si acaso. Tampoco salías de tu moderna tienda favorita cargando con bolsas abarrotadas de álbumes, figuritas, calendarios, cromos y suputamadre después de haberte dejado doscientos créditos de una sentada. No, no, no. Podías gastar los duros arduamente sisados durante la semana si tenías una tarde de suerte y había salido el Spiderman, que era quincenal. Mucha suerte era ya que hubieran salido también los 4 Fantásticos o Thor. Si había sido una semana fructífera en el arte del siseo hasta me permitía un Zona 84. Y lo que ya suponía un acontecimiento era que hubiera salido la Patrulla-X. Y a ver si tenías cojones de preguntarle a la quiosquera-esfinge que si había salido el "Deerdívol". Luego ya irrumpieron en mi vida las tiendas de tebeos que ponían tenderete en el Rastro y el pirado aquel que echaba la bronca a los chavales que compraban Secret Wars en vez de aquella cosa tan rara de Watchmen que tenía el título de lao y con un esmiley en la portada... Pero esa es otra historia.

Y aquí entramos por fin en el meollo de este artículo, que ya iba siendo hora. La cuestión era; ¿por qué me fascinaba tanto la Patrulla-X?. Sin duda el responsable fue su famoso y orondo guionista durante más de veinte años; Chris Claremont. Porque mi momento de mayor adicción no aconteció en la archinombrada etapa Byrne de la que sólo pude disfrutar de su explosiva fase final. Aunque ésta sirvió de enganche, mi devoción casi religiosa por la colección coincidió con su salida, cuando la edición española se hizo regular con Fórum. Quizá el tebeo que marcó un antes y un después en esa adicción fuera Dios ama, el hombre mata epítome de los temas y maneras claremontiananas, la historia que condensa todas las características de su trabajo en la Patrulla y de la que hablaremos un poco más adelante.

Tras haber levantado la colección junto a John Byrne llevándola hasta la cima del tebeo de superhéroes siguiendo las directrices marcadas por Neal Adams durante su etapa en la colección a finales de los sesenta, Claremont se dedicó a potenciar progresivamente el concepto de "mutantes temidos y odiados por un mundo que juraron proteger". Este temita es uno de esos a los que los críticos más vagos les gustaba profundizar cuando no se les ocurría nada mejor que escribir para rellenar un artículo de un par de páginas en sustitución de los correos inventados. Se decía que La Patrulla-X era una parábola de la condición judía u homosexual o la lucha racial por los derechos civiles de los negros norteamericanos en los sesenta, símbolo en fin de las minorías oprimidas. Era tebeo de superhéroes sensible con los marginados, de espíritu internacionalista plagado de personajes extranjeros, lejos de esa imagen de übermensch anglosajón al servicio del bien, la justicia y el modo de vida americano.

Así, Claremont, aprovechando que los poderes mutantes de los protagonistas hacían aparición durante la adolescencia, imprimió un giro inteligentísimo a la colección que ya se venía gestando desde los tiempos de su colaboración con Byrne. Porque la minoría oprimida a la que (nos) hablaba Claremont eran una masa de preadolescentes, postadolescentes, adolescentes eternos e inadaptados en general que comenzaban a sufrir los cambios hormonales; los gafotas, los gordos, los acribillados por el acné, los acomplejados, los que brean a collejas, los que recibían las burlas, los que eran incapaces de dirigirse a una chica. En fin, para qué seguir hurgando en la herida. Lo que Claremont te ofrecía era eso que tú estabas viviendo sublimado por el poder de las metáforas superheróicas. En la Patrulla-X tenías una familia entera de amigos que eran como tú, que sufrían algo parecido a lo que tú sufrías diariamente si eras de uno de esos raros. Hasta tenías a Lobezno, el personaje que era algo así como la personificación de la rabia reprimida del empollón, no me extraña que se convirtiera en el favorito de los fans hasta que acabó convertido en una parodia de sí mismo, como un abuelete cascarrabias repitiendo aquello de "soy el mejor en lo que hago" cada dos por tres. Y chicas, muchas chicas..., las entrañables mujeres Claremont que Carlos Pacheco definió cruelmente como "tíos con tetas", el compañero femenino perfecto del friki. El epítome de este estilo es la mencionada novela gráfica Dios ama, el hombre mata, donde, con una poderosa historia de fanatismo religioso autoritario que persigue y mata a los mutantes al que se opone la rebeldía juvenil, Claremont condensa todo el poderío simbólico de la serie. Además es donde más claramente asoman sus preocupaciones de liberal norteamericano (lo que se entiende como un izquierdista moderado en Europa) al respecto del fanatismo religioso, el respeto a la diferencia, el rechazo de la violencia como medio para lograr los fines y, sobre todo, el derecho a la redención del malo, del enemigo mortal (aquella fue la primera historia en la que Magneto, terrible archivillano del grupo, comenzó su evolución hacia el lado de "los buenos". Evolución que luego se jodería, pero eso es ya otro tema). Recuerdo que en aquella época incluso cosas que leía en la Patrulla se filtraban en mi formación moral y política, opiniones de los personajes sobre la pena de muerte, el racismo, la legitimidad de la lucha armada, las consecuencias de la violencia, el compañerismo, incluso el amor, todas iban forjando mi ideología de aquella preadolescencia, aunque quizá ni me diera cuenta. Formación que con el tiempo desechas, rechazas, o simplemente se diluye en la turbia mezcla de confusión y derrotismo en la que acabas inmerso según pasan los años, pero que entonces me daba una base, un lugar donde empezar.

Así, tras la marcha de Byrne en la lucha final por el poder en la colección, Claremont comenzó a potenciar la aparición de personajes más jóvenes; Kitty Pride o Los Nuevos Mutantes, el equipo junior de la Patrulla... en una inteligente maniobra, enfatizando los aspectos de soap opera juvenil para empollones. La cosa funcionaba perfectamente, al menos en mi caso, la Patrulla-X era una serie que me hablaba únicamente a mí, una experiencia que sólo se puede entender en la soledad absoluta de la habitación-útero adolescente (ejem). Pasaron las épocas y los dibujantes; Dave Cockrum, Paul Smith, John Romita... Y sobre todo aquellos dos épicos y maravillosos Anuales con los Nuevos Mutantes ambientados en Asgard y dibujados por un Arthur Adams en estado de gracia, que vendrían a ser la cumbre de aquella etapa.

Lamentablemente Claremont no logró culminar su culebrón de adolescentes angustiados y rechazados. Así como Spiderman, el otro símbolo por excelencia del empollón eterno, logró contar su historia de niño que se convierte en hombre allá por 1975 para convertirse en una colección sobre un icono que ya no podía evolucionar más, la Patrulla-X nunca logró madurar, acabar de contar su historia, no le fue permitido. Y mira que el pobre Chris lo intentaba; intentó deshacerse del Profesor X, intentó retirar a unos Cíclope y Jean Grey casados, intentó que Lobezno sentara la cabeza dándole una novia japonesa, intentó separar a Tormenta del grupo, mató personajes, introdujo otros más jóvenes para renovar la plantilla (personajes como mínimo discutibles, como olvidar a aquel Gambito o esa Júbilo, ejemplo perfecto de lo que entendía por quinceañera un señor mayor totalmente alejado del mundo juvenil...). Pero todo eran movimientos que no lograban instaurar el cambio definitivo. Antes o después, por presiones de la editorial o el público, de una manera u otra, todo volvía a ser más o menos como antes, las piezas volvían al punto de partida. En definitiva el mandamiento del tebeo de superhéroes de toda la vida; todo cambia para que todo siga igual. Como puntilla llegó la moda de los tebeos "serios", "realistas" y "adultos", de tipos duros, que curiosamente estaban influenciados, entre otros, por aquel Lobezno solo, hay que ver. Claremont copiaba todo lo que se movía (hasta el humor de la JLA de Giffen/Matteis/Maguire en aquel mediocre Excalibur) y a partir de la oscura saga de La Masacre Mutante se produjo un cambio quizá más en mí que en la colección y notaba a los personajes ajenos, cansados, no eran los de siempre. Además comenzaban a proliferar las colecciones derivadas que me compraba por completismo, porque apenas me atraían, ni me decían gran cosa, ni aportaban nada más que exprimir más el éxito de la colección madre; el ya cansino Lobezno, o los viejos personajes de la primera Patrulla reciclados en Factor-X. Sin embargo seguía disfrutando aún de Los Nuevos Mutantes de Louise Simonson y Brett Blevins, reciclando el concepto central claremontiano en tono de cuento maligno para niños, oscuro y de mal rollo (recuerdo las explosiones de violencia brutal en aquella historia de Cabeza de Chorlito que remedaba la Isla del Dr. Moreau de Wells, o lo fatal y ominoso que era todo en el regreso a Asgard) reforzado por el sensacional y expresivo, casi expresionista, dibujo de Blevins.. Hasta que la llegada del nuevo orden de Liefeld acabó con todo aquello.

A principios de los noventa el mercado no tuvo piedad con el impulsor de la colección más exitosa de Marvel y, finalmente, Claremont tuvo que dejar a sus amadas criaturas en las incapaces manos de Jim Lee y sus amigotes. Un intento de renovar una colección para un público más joven que reclamaba otra cosa, pero que se sentía claramente agotada. Una colección sobre personajes que ya veías viejos, cansados, de cartón piedra, en unos tebeos que ya no tenían nada que ver conmigo. Ya había dejado de comprar la colección durante La Caída de los Mutantes y el posterior traslado a Australia. Image se alzaba en el horizonte como un ominoso Juggernaut y a mí me apetecía leer otras cosas. Mi padre continuó comprando la Patrulla-X (y derivados) contra viento y marea, tragando carros y carretas ante mi burla e incomprensión y yo la hojeaba de vez en cuando en los tiempos de Jim Lee/Whilce Portaccio. Recuerdo que cuando la colección madre se dividió en dos para explotar aún más a la criatura era ya incapaz de leerme un tebeo entero de mi colección favorita de antaño, harto de aquel retorcer hasta el límite y más allá ideas y argumentos ya gastados, de tanto tipo duro, de tanto cruce de colecciones y megasagas anuales, de aquel retorno de personajes de la primera época que resultaban totalmente anacrónicos y absurdos, negándoles su derecho a madurar, de aquellos ridículos diálogos completamente autoparódicos en unas historias plagadas de poses y pin-ups. Llegó un momento en que no lo pude soportar, hasta me daba vergüenza ajena. Era como cuando abandonas la adolescencia y te ves desde la experiencia, dándote cuenta de todas las tonterías que has llegado a cometer, de todas las baratijas que te han cegado durante esos años. He de reconocer que cuando releía aquellos tebeos de la infancia lo hacía con resentimiento incluso, arrugando la nariz ante los excesos verborreicos de Claremont, los evidentes y en ocasiones toscos mecanismos de la serie. Con cierta sensación de vergüenza, acabé por aborrecer la Patrulla, me parecía la encarnación de lo peor de un tebeo de superhéroes. Pero, a pesar de todo, aquí saldo mi deuda, porque hubo una época en que, para mí, la Patrulla-X era lo mejor del mundo y ya he crecido lo suficiente como para reconocerlo. Además, ya puestos a confesarlo todo, me di cuenta de que me había hecho mayor leyendo un tebeo de la Patrulla, en vez de con la primera borrachera, el primer porro o el primer polvo, hay que joerse. Y eso ya es mucho.

Cinco novelas de 2023