16 junio 2006

Museos


Si una cosa tengo que agradecer a mis padres (aparte de minucias como criarme, darme de comer, educarme, soportarme, quitarme la mierda, etc, etc, etc...) fueron esos primeros cuatro años en la buhardilla de Amor de Dios que ahora recuerdo como los más extraños y fantásticos, una época pasada en un mundo no del todo real. Ya saben, esos años de la infancia en que todo es tan nuevo y maravilloso que, con la distancia, parece vivido en algún país imaginario u onírico ya cerrado para siempre.

Lo malo que tenía residir en una callejuela del barrio de Huertas de Madrid era que a ver dónde sacabas al jodío niño a que se desfogase pegando carreras o liándose a cantazos con los otros críos. A veces, en las mañanas de invierno, mi madre me tapaba de pies a cabeza y me sacaba a hacer el cabra por el Retiro. Me gustaban especialmente los vetustos triciclos de ruedas enormes que se podían alquilar allí o ir a ver a los patos en el estanque del Palacio de Cristal y tirarles miguitas. Pero los domingos era otra cosa, los domingos tocaba museo.

Sí, en casa de toda la vida se nos ha llevado a museos. No tengo idea de dónde salía la afición, supongo que mis padres tenían la peregrina idea de que algo de cultura calaría en mi cabezón y el de mis hermanos y al final daría su fruto convirtiéndonos en personas de provecho. Pobrecillos...

El caso es que hubo un museo entre todos los de Madrid que me dejó absolutamente marcado para los restos y que aún hoy marca algunos de mis gustos; el Museo de Ciencias Naturales de Madrid junto a la Castellana. (Inciso, también me encantaba el Museo del Ejército, sobre todo por aquella deslumbrante colección de soldaditos de plomo, pero esto sólo me llevó a jugar compulsivamente a Call of Duty y poco más, ni wargamero, ni nada. Ni siquiera hice la mili...).

Recuerdo perfectamente el primer día que visitamos el Museo. Mi padre me había prometido todo tipo de bichos, que me encantaban; tigres, rinocerontes, cocodrilos, un elefante (mi animal favorito de la época). Y, sobre todo, ¡¡dinosaurios!!, habría dinosaurios en toda su terrible majestad. Como devorador de todo tipo de libros que caían en mis manos sobre los terribles bichos eso era algo que no podía resistir (aclaración, yo era tan cool que les hablo de muchísimos años antes de Parque Jurásico). Así que tan contento, casi ni dormí esa noche pensando en lo que me esperaba.

Cómo explicar el puro asombro nada más entrar..., aquel suelo de madera que crujía, las vitrinas de madera oscura donde se exhibían los animales, evocadoras como cajas de Cornell, bajo aquel techo que me parecía imposiblemente alto y el corredor que rodeaba toda la sala principal. Y los animales, claro. Leones atrapados en el tiempo y el polvo, surgiendo entre la hierba alta y seca, aquel impresionante elefante, la jirafa, los inquietantes chimpancés y gorilas, que parecían fuera de lugar allí, como si hubiera algo malo en disecarlos. Paseaba entre las vitrinas reconociendo a mis animales favoritos; el elefante, los rinocerontes, los leopardos, la majestuosa pantera negra (espera, ¿había una pantera negra?. Yo la recuerdo pero...). con una sensación extraña, acobardado casi ante las miradas de plástico que te dirigían.

Después de los mamíferos pasábamos a la sala de aves, que reconozco no eran lo mío, exceptuando las grandes rapaces que me impresionaban por su enorme tamaño, sobre todo el búho real. Subíamos arriba, donde los reptiles y los peces. Recuerdo que los reptiles estaban expuestos en una galería elevada que recorría toda la sala central de los mamíferos, el hall de entrada. Caminaba con cuidado mirando hacia abajo, con aquellos preocupantes crujidos en la madera, más ocupado con la altura que por los bichos expuestos. Abajo la gente deambulaba entre las vitrinas.

En la sala de los animales marinos la imagen se difumina, la realidad mezclada con una niebla de fantasía y hechos construidos y reconstruidos una y otra vez en la memoria, deformados, embellecidos, terribles; fetos de tiburón en frascos de formol, una manta raya que brillaba como el cuero colgada de una pared enorme, caparazones de tortuga carey en el techo, ¿o quizá el esqueleto de una ballena?. Recuerdo expositores que soñaba abrir, donde estarían clasificadas todas las conchas marinas del mundo, todas las mariposas, todos los escarabajos de caparazones iridiscentes como joyas de otro mundo pulcramente alineadas bajo los cristales, huevos moteados, azules o blancos inmaculados, ordenados por tamaños y colores entre pedazos de papel roto en los que aún se podían leer anotaciones a carboncillo...

Y al fin, pasando a otro pabellón llegaron los dinosaurios. La réplica de un alargado y pequeño diplodocus de huesos negros que se elevaba sobre mí (intenté tocar uno de los pequeños huesecillos de la cola). Un ictiosauro con una cría en su interior atrapados en la piedra y el tiempo. La cabeza y los maxilares de un mamut que, creo recordar se había encontrado en la sierra de Madrid (me los imaginaba bajando en manadas a pastar en las planicies de Atocha). Y finalmente algo que me fascinó, el esqueleto de un Megaterio americano, una especie de oso perezoso gigante que solía ir a cuatro patas y alcanzaba los tres metros cuando se erguía. A mí me parecía imposiblemente enorme. Lo más fascinante es que se trataba de un fósil que llegó a Madrid a finales del siglo XVIII traído desde Argentina vía Galicia y luego en carreta hasta la capital. Con el tiempo, ya más mayor, me gustaba imaginar el revuelo de maquillajes y pelucas de las personalidades de la época alrededor del gigante en el gabinete de curiosidades de Carlos III, contemplando admirados a uno de los gigantes que poblaban el mundo antes del Diluvio, uno de los bocetos de Dios.

He de reconocer que la sala de dinosaurios me defraudó, es decir, ¡¡¡sólo había esqueletos!!!, ¿¿¿donde estaban los ojillos terribles del Tiranosaurio de los libros que devoraba, la piel rugosa como una pelota de baloncesto, las garras brillantes desgarrando la cresta de un Triceratops, los dientes húmedos de sangre???. Un timo, hombre...

Con el pasar de los años el Museo de Ciencias Naturales se fue convirtiendo en un lugar mítico que yo iba, más o menos, construyendo en alguna parte de mi memoria a base de recuerdos que quizá no eran ciertos pero que eran aún más poderosos, porque el Museo dejaba de ser un lugar real para pasar a ser una creación interior y totalmente mía.

Así que imagínense el chasco cuando hace un par de años me llevo a la novia a verlo un brillante domingo por la mañana como manda la tradición de visitas museísticas (después de meses y meses de darle la paliza con lo impresionante que era el museo y los prodigios que guardaba). Lo que en mi infancia era un atractivo ambiente decimonónico y un pelo decadente, se había trocado por un triste quiero y no puedo, intentando ponerse a la altura de la modernidad museística interactiva. Un espantoso modelo gigante de poliexpán nos daba la bienvenida a una triste exposición multimedia sobre dinosaurios (el elefante de mi infancia arrinconado en una esquina junto a una triste tienda de regalos). La zona marina era ahora un caos apocalíptico de neones azules y amarillos, plásticos, gráficos, pantallitas y auriculares. En el piso superior una exposición sobre plantas con una máquina demencial tan cutre que no hubiera servido de atrezzo ni en un capítulo de Dr. Who. En los sótanos, una especie de pozo de hormigón desde cuyas alturas colgaban multitud de cabezas de grandes ungulados, felinos, morsas y demás feroces bestias que daba un vértigo y un mal rollo considerable. Y, en el centro de ese pozo, intentando evocar los "gabinetes de curiosidades" que dieron origen a los museos de ciencias naturales en el Siglo de las Luces, habían habilitado una emulación del Real Gabinete de Ciencias Naturales de Carlos III, germen del Museo y que, originalmente, estaba expuesto en la Academia de Bellas Artes de San Fernando (era una colección comprada a un naturalista ecuatoriano de Guayaquil). Una vitrina conteniendo una irónica e ingeniosa recreación de Adán y Eva en el Jardín del Edén al estilo de Joseph Cornell creada con parte del fondo de la colección del Museo era el centro de una pequeña recreación de época; huevos clasificados, conchas, pieles, instrumentos científicos, documentos, un carrillón y un par de muebles.

Al menos, en el área de paleontología los fósiles más importantes no han sido movidos aunque sí rodeados de más parafernalia multimedia, qué plaga. Pero allí, al fondo, aún se puede contemplar el gran Megaterio y asombrarse. Y a pesar de que soy consciente de ser injusto con el Museo por mi resistencia a los cambios y la fidelidad que guardo a un recuerdo seguramente falso, no podía evitar volver a sentir la mano de mi padre al contemplar aquellos restos milenarios y, aferrado a aquella sensación, comprendí que recordar era básicamente engañarse, un acto desesperado con el que reorganizar la realidad, darle sentido y encontrar la paz. Pero yo sentía todavía aquella mano, la presencia de mi padre, confortándome. Y al final, eso es lo único que cuenta.

04 junio 2006

Salón del Comic 2006: Lista de la compra

Nacho me convoca con motivo del Sarao del Cómic de Barcelona y yo aparezco, escucho y obedezco, como los djinn de las Mil y Una Noches. Porque soy como los burros, si no me pinchan no produzco.

La cosa es hacer una lista de la compra que no supere los cien euros, por si tienen una calderilla y quieren invertirla en tebeos en vez de telfónicas o metrovacesas. Una pequeña guía para navegar por los procelosos mares de los puestos, las novedades, las tiendas y las listas de los blogs de internet. O mejor, si están parados como yo o viven en un cajón de una céntrica calle de la gran ciudad ganándose la vida mendigando, será una lista de gran utilidad para escoger qué leer en Agosto cuando se vayan a pasar las tardes en los frescos pasillos de la FNAC.

Esta vez en mi lista hay que diferenciar dos cosas, una son los tebeos que recomiendo y otra los tebeos que voy a comprar que no llegan a los cien euros ni de coña. Paradoja muy sencilla de resolver; hay tebeos que ya adquirí en su día en inglés y no voy a volver a comprar ahora. Y segundo, puesto que a partir de agosto me quedo sin subsidio, no tengo trabajo, hay multitud de facturas por pagar y dado el hecho de que tendré que subsistir a base de ahorros hasta que pasado el verano me incorpore al fascinante mundo del telemárketing vendiendo móviles desde un sótano encandenado con otros infelices por setecientos y pico euros/mes, voy a pasar de bastantes novedades que, en otras circunstancias sí compraría.

Por orden de aparición en la utilísima lista del abnegado Álvaro Pons, novedades que compraré con toda probabilidad mediante el tradicional recurso de malvender tebeos viejos para comprar otros nuevos:

Magic Boy, de James Kochalka. 6,95€. Éste si cae, por fin algo del prestigioso Kochalka en castellano, valor del undergraun americano del que he oído hablar mucho pero del que no he tenido el placer de leer nada, así que tampoco voy con muchas expectativas. Pero por un talego que cuesta...

Caricatura, de Daniel Clowes 14€. Uno de mis obligados. A pesar de que lo último que he leído del famoso autor no me ha gustado demasiado y que ser fan de Clowes ya huele un poco a moderno revenido, no voy a poder evitar picar con lo que es su recopilación de historias cortas definitiva. Lo que no acabo de entender son esas ciento y poco páginas por 14 euros cuando el Locas, siendo un tochopáginas cuesta 12. Misterios.

Locas 1, de Jaime Hernández. 12€. Si hiciera una sola compra en el Saló sería ésta. Y seguramente tanto en este volumen como en el siguiente se incluya buena cantidad de material inédito, así que quien ya tenga lo editado por La Cúpula haría bien en agenciarse ésta nueva edición (de portada horrible).

Posyastá. Chupao, treintaypocos leuros en novedades, es mi mejor marca de todos los tiempos. Y ahora, para no hacer más el ridículo, va la lista de tebeos que recomiendo porque ya tengo o que compraría si tuviese trabajo, dinero y esas cosas:

Aritmética ilustrada. Ilustraciones y selección de problemas: Juan Berrio. Pues esto seguro que es una monada de libro, Berrio es uno de mis ilustradores preferidos seleccionando problemas de añejos libros de texto e ilustrándolos con su infalible buen gusto. Pero claro, además es una pijada del catorce, un objeto de lujo más que otra cosa; un libro de aritmética por cuatromilquinientas lúas de nada (cualquier día sale la cartilla o los cuadernos de caligrafía ilustrados por Frazetta a doscientos euros). Así que me conformaré con ver su exposición en el Espacio Sinsen tido de Madrid que es gratis (hasta el 24 de junio, yo me pasaré el 22 o 23, por si alguien quiere invitarme a unas cañas).

STUCK RUBBER BABY (Un mundo de diferencias), de Howard Cruse. Premiadísima obra de temática gay (que uno no sabe si tanto premio es por la calidad intrínseca del tebeo o por lo de la temática de marras) que Dolmen lleva anunciando durante años. Como tiene una pinta políticamente correcta que tira para atrás, y no estoy para historias sensibles, profundas y muy, muy humanas, esta vez creo que paso. Y con lo que cuesta me hago la compra de fruta y verdura de la semana y me sobra para unos cafés.

EX MACHINA 1. ESTADO DE EMERGENCIA, de Brian K. Vaughan y Tony Harris. HÉROE AL CUADRADO 1, de Keith Giffen y J.M. DeMatteis y Joe Abraham. CONCRETE 1. LAS PROFUNDIDADES, de Paul Chadwick. Tres títulos de superhéroes que no son superhéroes con muy buena pinta, de esos que todo el mundo habla para bien pero de los que pasaré porque soy pobre de solemnidad (a un paso de pobre de pedir). Si me pierdo algo, me lo decís y hago un esfuerzo.

STRATOS, de Miguelanxo Prado. Soy muy fan de Prado desde que me deslumbró con "La enciclopedia délfica" (maravilloso tebeo de cf que jamás me cansaré de recomendar). Si pudiera me pillaría "Manuel Montano", e, incluso "Tangencias", que reedita Norma para la ocasión, pero únicamente recomendaré "Stratos", el reverso sucio de "La enciclopedia...", un tebeo muy Toutain, de sólida ciencia ficción social que tanto se llevaba en la época (lagrimita nostálgica). Del resto pueden agenciarse "Manuel Montano", un entretenido ejercicio de noir ejpañol. Pueden pasar de "Tangencias", historias cortas sobre parejas pijas y aburridas, bellamente dibujado pero que, en definitiva, es un rollete a lo cine francés de qualité que da ganas de salir a la calle a liarse a ostias con los novios de la primera boda que encuentren.

VALERIAN, AGENTE ESPACIOTEMPORAL 2, de Christin y Mézières. Las historias de Valerian son maravillosas y esta edición es estupenda, pero dada mi situación económica y que ya tengo varios números de la serie, iré por las tiendas de segunda mano con mi manoseada lista (manchada de café y grasa de churro) de los mejores álbumcitos antiguos e iré completando mi colección poco a poco a base de libritos a cuatro euros. Ni se les ocurra hacer lo mismo, yendo por delante de mí y jorobándome el plan.

Superman: Aventuras 1: ¡Arriba, arriba y fuera!, de Mark Millar, Aluir Amancio y Terry Austin. Un competente tebeo de superhéroes al nivel de las "Aventuras de Batman" con el que comparte miniformato. Escritas por un Millar menos capullete de lo habitual, más en la línea de "Red Son" que de "Ultimates". Correcta actualización de las historias clásicas y sencillas de los tebeos Novaro de mi infancia. El único pero es Aluir Amancio, sospechoso nombre bajo el cual se oculta un dibujante con bochornosa tendencia a insertar banderitas USA de fondo en los momentos más épicos, pero como sigue a rajatabla los patrones cartoon que impuso Bruce Timm en su día, se le soporta. Por cierto, lo de "Arriba, arriba y fuera" como traducción de "Up, Up and Away", es otra razón para darse a la nostalgia Novaro.

El derrotista, de Harvey Pekar y Dean Haspiel. La peli de "American Splendor" me gustó mucho, el tebeo no tanto (y como dice mi novia, "¿para qué voy a leer el tebeo si ya tengo la película?", la sabiduría popular en todo su esplendor). Además tiene el hándicap de que viene muy bien avalado por Álvaro Pons, con lo que seguramente posponga su compra para cuando haya ganado mi primer millón vendiendo móviles.

El Show de Cowboy Wally, de Kyle Baker. Un descojono, se sale, compradlo sin dudar, mucho mejor que el famoso y fallido "Por qué odio Saturno".

KING, de Ho Che Anderson. Gráficamente tiene una pinta majestuosa aunque el tema a tratar no me interese demasiado en un principio (biografía de Martin Luther King). De nuevo la lujosa edición me va a obligar a dejarlo pasar. A ver si desvalijando turistas que vayan vagando en coma etílico por el Húmedo reúno la pasta...

Ah, por supuesto quien no tenga o quiera renovar los cuadernitos de Agujero Negro de Charles Burns, puede aprovechar y comprarse el tomo que también publica la Cúpula.

Cinco novelas de 2023